La caligrafía arábiga tuvo su origen como comunicación entre los hombres y Dios; y Dios quiso comunicarse con sus fieles escogiendo a un hombre, el Profeta. Muhammad, que proviene de la raíz verbal «h-m-d» (‘alabar’), fue designado como el «Alabador». Para ello, Allah le envió a Gabriel con su Palabra materializada en el Sagrado Libro del Corán.
La caligrafía es el principal arte islámico, basado en las veintiocho letras del alfabeto árabe, en clara analogía con el mes lunar, simbolismo de la receptividad de la Luna y análogo al Corán, al recibir así la luz y transmitirla a los hombres. También, las cuatro fases de la Luna pueden ser relacionadas simbólicamente con el corazón y el ciclo de purificación de la sangre en sus cuatro cámaras. Debe recordarse que la escritura islámica es trazada horizontalmente de derecha a izquierda, desde la acción exterior hasta el «ojo del corazón». La lectura de las fórmulas coránicas, que se extraen del Libro Sagrado, actúan como vibración espiritual, cual vínculo recordatorio de Dios; y es que «recordar» es volver al corazón.
Los versículos que componen el Libro sagrado reciben el nombre de Sura, palabra que procede de la raíz «s-w-r» (‘sobrepasar’). Cabría tener en cuenta que sobrepasar es «ir de la trama a la urdimbre», según el simbolismo análogo entre la escritura y el hecho de tejer (como demuestran el oficio de los artesanos persas y sus famosas alfombras). Y «sutra» (palabra sánscrita que relaciona hilo con escritura), al igual que «sura», hace referencia al hilo con el que nos ayuda la palabra a encontrar -cual bendición- el «hilo de Ariadna» y alejarnos -cual maldición- del hilo de Penélope. Tal urdimbre se basaría en la Revelación que hace surcar la tinta en el interior del cálamo (pluma hueca de caña) sobre el blanco papel, cual esencia primordial del alma previamente purificada; y donde el artista, tras varios años bajo la tutela de un maestro (sheij), asume un camino iniciático hacia su propia esencia.
Y es que partiendo de un sólo versículo, puede establecerse una vibración espiritual que siguiendo la trama, alcance la Esencia inmutable de la urdimbre. De esta manera, en la caligrafía árabe hay trazos que discurren verticales, interrumpiendo el flujo lineal de amplios lazos horizontales en medio de un floreciente cruce de entrelazados, cual analogía de la unión entre el Cielo y la Tierra. La primera letra alif, se presenta como una recta vertical coronada por un signo o punto que indicaría la presencia del Principio, que desciende hacia la ba o segunda letra. Alif representa la unidad o eje activo y ba es la dualidad que subyace como principio pasivo; y donde el punto de la ba corresponde al encuentro de este plano con alif.
En un plano más detallado, y siguiendo a Ibn-Arabî, se puede hablar de la presencia del Ser en diferentes niveles. Así, podemos hablar de una presencia absoluta y oculta en que la divinidad aparece como el Principio. Esto se relaciona con el punto superior de la alif, al emanar en su descenso y atravesar el gran istmo hacia una presencia oculta, donde se manifiestan los atributos divinos (Espíritu) y en correspondencia con el mundo de la omnipotencia (‘alam al-jabarût). Y el de los actos (Alma superior), corresponde al mundo de las almas señoriales (‘alam al-malakût); por ello, la letra lam desciende igual que alif pero, a diferencia de aquella y actuando a modo de intermediario mediante la prolongación con la letra mim, origina los dos últimos mundos (‘alam al mithal, ‘mundus imaginalis’, alma inferior o mundo sutil y el mundo del testimonio o ‘alam as-sahâda). Digamos también, que el mundo del testimonio engloba a los otros mundos (para quien esté familiarizado con la Cábala, estos mundos corresponderían a los cuatro del Árbol de la Vida y Ain o En Sof, como el Principio). Y ya que hemos hablado de la mim, por último podría abordarse la letra nun (‘pez’) que alude a la resurrección y que sigue a la mim. Resurrección simbolizada por el paso del punto de la ba (letra de la creación) situado en su parte inferior, hasta la parte superior de la nun. En definitiva, se trata de pasar del mundo caído al regenerado.
El Islam es la religión del retorno al origen, desde la multiplicidad a la Unidad. El arabesco vegetal en la caligrafía islámica representa un compendio de fuerzas geométricas, en perfecta regularidad según los principios de la armonía del conjunto; y donde las formas suelen derivarse de un entrelazado que recuerda los sarmientos y curvas de una vid. El Jidr (‘el Verde’) es relacionado con la Sura de la Caverna, del Corán; y curiosa es la relación del maestro interior con el color verde y la cavernidad propia de la boca (en el Románico, pueden contemplarse numerosos ejemplos de rostros con la boca abierta, dando lugar a floridas jaculatorias). En el Islam, estas jaculatorias son representadas mediante los propios versículos o recursos propios de la vegetación (pero aquí sin rostros humanos de por medio). En el Elogio del vino, Ibn Al’Faridh indica que «un vino conservado desde la creación, será servido a los justos»; el vino, la vida y la visión están relacionados con la palabra «vid» (en hebreo, vino y secreto tienen el mismo valor numérico).
Para acabar, cabría tratar la división más desarrollada en los arabescos: el octógono (cual «cuadratura del círculo»). Aquí se trata de transformar el alma de quien contempla el grabado, inscribiéndose las formas sobre un círculo (a modo de mandala) y en la combinación más bella posible, a modo de atributo del Profeta («les mostraremos Nuestros signos en los horizontes y en sus almas», reza el Corán en su versículo 41, 53).
Y en relación a la «cuadratura del círculo», el número ocho es el número de Hermes o del Verbo, intermediario entre el Cielo y la Tierra (hierofante y psicopompo).
Y ocho son los ángeles que sostienen el “Trono» que rodea los mundos, representado por una figura circular. Los nombres de los ángeles están formados por las veintiocho letras del alfabeto árabe y, en su conjunto, suman 5995; donde 99 son los atributos de Dios y 55 los del desarrollo del denario (10+9+8+7+6+5+4+3+2+1).
Te has mostrado sin quedar oculto a nadie.
Salvo aquél cuya ceguera no le deja ver la luna.
Te manifiestas en lo mismo que Te ocultas
¿Cómo reconocer a Quien Su propia grandeza vela?
Abû Madyan de Sevilla.