domingo, 31 de diciembre de 2023


La caligrafía arábiga tuvo su origen como comunicación entre los hombres y Dios; y Dios quiso comunicarse con sus fieles escogiendo a un hombre, el Profeta. Muhammad, que proviene de la raíz verbal «h-m-d» (‘alabar’), fue designado como el «Alabador». Para ello, Allah le envió a Gabriel con su Palabra materializada en el Sagrado Libro del Corán.

La caligrafía es el principal arte islámico, basado en las veintiocho letras del alfabeto árabe, en clara analogía con el mes lunar, simbolismo de la receptividad de la Luna y análogo al Corán, al recibir así la luz y transmitirla a los hombres. También, las cuatro fases de la Luna pueden ser relacionadas simbólicamente con el corazón y el ciclo de purificación de la sangre en sus cuatro cámaras. Debe recordarse que la escritura islámica es trazada horizontalmente de derecha a izquierda, desde la acción exterior hasta el «ojo del corazón». La lectura de las fórmulas coránicas, que se extraen del Libro Sagrado, actúan como vibración espiritual, cual vínculo recordatorio de Dios; y es que «recordar» es volver al corazón.

Los versículos que componen el Libro sagrado reciben el nombre de Sura, palabra que procede de la raíz «s-w-r» (‘sobrepasar’). Cabría tener en cuenta que sobrepasar es «ir de la trama a la urdimbre», según el simbolismo análogo entre la escritura y el hecho de tejer (como demuestran el oficio de los artesanos persas y sus famosas alfombras). Y «sutra» (palabra sánscrita que relaciona hilo con escritura), al igual que «sura», hace referencia al hilo con el que nos ayuda la palabra a encontrar -cual bendición- el «hilo de Ariadna» y alejarnos -cual maldición- del hilo de Penélope. Tal urdimbre se basaría en la Revelación que hace surcar la tinta en el interior del cálamo (pluma hueca de caña) sobre el blanco papel, cual esencia primordial del alma previamente purificada; y donde el artista, tras varios años bajo la tutela de un maestro (sheij), asume un camino iniciático hacia su propia esencia.

Y es que partiendo de un sólo versículo, puede establecerse una vibración espiritual que siguiendo la trama, alcance la Esencia inmutable de la urdimbre. De esta manera, en la caligrafía árabe hay trazos que discurren verticales, interrumpiendo el flujo lineal de amplios lazos horizontales en medio de un floreciente cruce de entrelazados, cual analogía de la unión entre el Cielo y la Tierra. La primera letra alif, se presenta como una recta vertical coronada por un signo o punto que indicaría la presencia del Principio, que desciende hacia la ba o segunda letra. Alif representa la unidad o eje activo y ba es la dualidad que subyace como principio pasivo; y donde el punto de la ba corresponde al encuentro de este plano con alif.

En un plano más detallado, y siguiendo a Ibn-Arabî, se puede hablar de la presencia del Ser en diferentes niveles. Así, podemos hablar de una presencia absoluta y oculta en que la divinidad aparece como el Principio. Esto se relaciona con el punto superior de la alif, al emanar en su descenso y atravesar el gran istmo hacia una presencia oculta, donde se manifiestan los atributos divinos (Espíritu) y en correspondencia con el mundo de la omnipotencia (‘alam al-jabarût). Y el de los actos (Alma superior), corresponde al mundo de las almas señoriales (‘alam al-malakût); por ello, la letra lam desciende igual que alif pero, a diferencia de aquella y actuando a modo de intermediario mediante la prolongación con la letra mim, origina los dos últimos mundos (‘alam al mithal, ‘mundus imaginalis’, alma inferior o mundo sutil y el mundo del testimonio o ‘alam as-sahâda). Digamos también, que el mundo del testimonio engloba a los otros mundos (para quien esté familiarizado con la Cábala, estos mundos corresponderían a los cuatro del Árbol de la Vida y Ain En Sof, como el Principio). Y ya que hemos hablado de la mim, por último podría abordarse la letra nun (‘pez’) que alude a la resurrección y que sigue a la mim. Resurrección simbolizada por el paso del punto de la ba (letra de la creación) situado en su parte inferior, hasta la parte superior de la nun. En definitiva, se trata de pasar del mundo caído al regenerado.

El Islam es la religión del retorno al origen, desde la multiplicidad a la Unidad. El arabesco vegetal en la caligrafía islámica representa un compendio de fuerzas geométricas, en perfecta regularidad según los principios de la armonía del conjunto; y donde las formas suelen derivarse de un entrelazado que recuerda los sarmientos y curvas de una vid. El Jidr (‘el Verde’) es relacionado con la Sura de la Caverna, del Corán; y curiosa es la relación del maestro interior con el color verde y la cavernidad propia de la boca (en el Románico, pueden contemplarse numerosos ejemplos de rostros con la boca abierta, dando lugar a floridas jaculatorias). En el Islam, estas jaculatorias son representadas mediante los propios versículos o recursos propios de la vegetación (pero aquí sin rostros humanos de por medio). En el Elogio del vino, Ibn Al’Faridh indica que «un vino conservado desde la creación, será servido a los justos»; el vino, la vida y la visión están relacionados con la palabra «vid» (en hebreo, vino y secreto tienen el mismo valor numérico).

Para acabar, cabría tratar la división más desarrollada en los arabescos: el octógono (cual «cuadratura del círculo»). Aquí se trata de transformar el alma de quien contempla el grabado, inscribiéndose las formas sobre un círculo (a modo de mandala) y en la combinación más bella posible, a modo de atributo del Profeta («les mostraremos Nuestros signos en los horizontes y en sus almas», reza el Corán en su versículo 41, 53).

Y en relación a la «cuadratura del círculo», el número ocho es el número de Hermes o del Verbo, intermediario entre el Cielo y la Tierra (hierofante y psicopompo).

Y ocho son los ángeles que sostienen el “Trono» que rodea los mundos, representado por una figura circular. Los nombres de los ángeles están formados por las veintiocho letras del alfabeto árabe y, en su conjunto, suman 5995; donde 99 son los atributos de Dios y 55 los del desarrollo del denario (10+9+8+7+6+5+4+3+2+1).

Te has mostrado sin quedar oculto a nadie.

Salvo aquél cuya ceguera no le deja ver la luna.

Te manifiestas en lo mismo que Te ocultas

¿Cómo reconocer a Quien Su propia grandeza vela?

Abû Madyan de Sevilla.



jueves, 2 de noviembre de 2023

 


"El hombre posee materia, energía vital (prana), mente, intelecto (discernimiento) y bienaventuranza. Sólo él, de entre todas las formas de la creación, tiene la capacidad de retirar todas estas envolturas para liberar su alma y unirla a Dios. El yogui puede retirar, a través de pranayama (el control de la fuerza vital), la capa de energía vital (pranayama kosha), que conecta la materia con el Espíritu. Cuando logra el dominio de la fuerza vital, percibe que la materia (annamaya kosha) es ilusoria. A medida que la energía vital fluye, la limitada mente sensorial (manomaya kosha) se va retirando para que predominen las cualidades de la capa del intelecto o buddhi (guianamaya kosha), a fin de acabar revelando la sutil envoltura de la bienaventuranza (anandamaya kosha). Al abrirse ésta, por medio de la meditación más profunda, el yogui funde su alma con Dios.

El devoto puede tener experiencias que le aporten iluminación durante la meditación, e incluso alcanzar la bienaventuranza del samadhi; pero, aun así, no es capaz de conservar esa conciencia en forma permanente, arrastrada de nuevo a la conciencia corporal por los samskaras o hábitos y deseos del pasado, que todavía permanecen en su conciencia.

Patanjali definió el yoga como aquella neutralización de las fluctuaciones alternantes de la conciencia, es decir, la cesación de la sustancia mental. En el yoga, vritti (remolino) se refiere al incesante ir y venir de pensamientos que surgen en la conciencia, así como nirodha significa neutralización, cesación o control. La unidad del alma con Dios, continúa Pantajali, está precedida por shraddha (devoción), virya (el celibato vital), smriti (el recuerdo), samadhi (la experiencia de la unión con Dios durante la meditación) y prajna (la inteligencia discernidora). Por ello, se hallarán más próximos de alcanzar dicho estado aquellos que posean el desapasionamiento extremo hacia el mundo de los sentidos” (Paramahansa Yogananda).


jueves, 19 de octubre de 2023

“El Yoga indica que el subconsciente es el obstáculo más difícil de salvar. La resistencia que opone a cualquier acto de renunciación y ascesis es un signo de su propio miedo. Pero el Yoga cree que el subconsciente puede dominarse por medio de la unificación de los estados de conciencia. El punto de partida es la meditación (concentración en un solo objeto, ya sea físico, pensamiento o Dios mismo); esta concentración firme y continua se llama ekâgratâ  –‘en un solo punto’-, y tiene como resultado la censura de todas las distracciones mentales que dominan y forman la conciencia profana. El hombre pasa el día dejándose invadir por momentos exteriores a sí mismo. Los sentidos y el subconsciente dominan y modifican la conciencia, que luego las pasiones violentan al proyectarla hacia afuera. El hombre pasivo es profano; es un ser pensado por objetos.

Un yoguin puede provocar la concentración de su atención en un ‘solo punto’ en cualquier lugar y volverse insensible a otro estímulo sensorial. Con la ekàgratâ se obtiene una verdadera voluntad, aunque es evidente que no puede realizarse de otro modo que poniendo en práctica numerosos ejercicios y técnica, al igual que deberán darse las condiciones fisiológicas adecuadas y una organizada respiración. La técnica yóguica, según Patañjali, implica varias categorías, denominadas ‘anga’, en el camino hacia el samâdhi. Son los refrenamientos (yama), las disciplinas (niyama), las actitudes y posiciones del cuerpo (âsana), el ritmo de la respiración (prânâyama), la emancipación de la actividad sensorial del dominio de los objetos exteriores (pratyâhâra), la concentración (dhâranâ), la meditación yóguica (dhyâna) y samâdhi. Los dos primeros, yama y niyama, constituyen los premilinares de cualquier ascetismo. Los ‘refrenamientos’ (yama) purifican algunos pecados morales, tolerados por la vida social. Ahora bien, los mandamientos morales no podrán ya infringirse; en el Yoga, cualquier falta deja sentir inmediatamente sus efectos. Respecto a estos ‘refrenamientos’ tenemos ahimsâ, ‘no matar’; satya, ‘no mentir’; asteya, ‘no robar’; brahmacarya, ‘abstinencia sexual’; y aparigraha, ‘no ser avaro’. Los ‘refrenamientos’ (yama) y las disciplinas (niyama) que siguen tienen sus raíces en el ahimsâ –no causar dolor a ninguna criatura-. La veracidad (satya) consiste en hacer coincidir la palabra y el pensamientos con los actos. La palabra sólo puede decirse para el bien de los demás. El robo (steya) es el hecho de tomar lo que no es propio; su abstención (asteya) consiste en la destrucción del deseo de robar. Brahmacarya es el ‘refrenamiento’ de las fuerzas secretas que, pudiendo ser reconocido por cualquier persona honesta, proporciona su práctica un estado humano ‘purificado’; y, dicha pureza, es indispensable en las etapas posteriores. Mediante ella se suprimen las tendencias egoístas. La abstinencia sexual tiene como objetivo la conservación de la energía nerviosa. El Yoga concede una importancia capital a esas ‘fuerzas secretas de la facultad generadora’ que, cuando se gastan, dispersan la más preciosa energía, debilitan la capacidad cerebral y vuelven difícil la concentración. Si, por el contrario, se las domina, facilitarán el ascenso contemplativo. Abstenerse sexualmente significa ‘quemar’ la misma tentación carnal, debiendo no subyacer difusamente en el subconsciente, ni ‘sublimarse, sino desarraigarse de la conciencia y sentidos.

El yoguin debe practicar las niyama o disciplinas corporales y psíquicas. La limpieza (sauca), la serenidad (samtosa), la ascesis (tapas), el estudio de la metafísica y el esfuerzo por hacer de Dios (Isvara) el motivo de todas las acciones. La limpieza significa purificación interior de los órganos, que se encargarán de eliminar sus toxinas. La ascesis basada en soportar los contrarios como frío o calor, estar de pie o sentado. La ausencia de las palabras o gesticular que pueden revelar nuestros pensamientos, lo que constituye un control sobre uno mismo. Cuando nos asalte la duda sobre nuestra capacidad de voluntad, la instauración de los contrarios puede servirnos para vencerla.

Y es que la lucha del yoguin contra todos estos obstáculos posee un carácter mágico. Cualquier tentación que venzamos, equivaldrá a una fuerza de la que nos apropiaremos (como tales, son fuerzas mágicas la clarividencia, clariaudiencia, adivinación del pensamiento, etc…). Renunciar a una tentación no es solamente ‘purificarse’, sino también  realizar una ganancia real, positiva. Se llega a dominar los objetos a los que se renuncian, pero también una fuerza mágica más valiosa. Por ejemplo, quien realiza el ‘refrenamiento’ asteya (no robar) ‘verá aproximarse  a él todas las joyas’ -YogaSutra 2.37-. El yoguin ciertamente se verá incitado posteriormente a renunciar incluso a sus ‘poderes mágicos’. Es mediante la purificación psíquica que se obtiene la ekâgratâ o autoridad sobre los sentidos y capacidad de conocer el alma" (Mircea Eliade).

viernes, 29 de septiembre de 2023

"¿Qué quiere el hombre desear o saber de más cuando es feliz en la unión con Dios? Es para esta unión para lo que Nuestro Señor ha creado al hombre. Cuando Adán fue expulsado del Paraíso, Nuestro Señor colocó dos especies de guardas delante del Paraíso: un ángel y una espada de fuego de doble filo. Esto significa dos medios por los cuales el hombre debe volver al cielo de donde salió. La primera, por la naturaleza del ángel. San Dionisio dice que la naturaleza angélica significa la revelación de la luz divina. Con los ángeles, gracias a los ángeles y por la luz, el alma debe tender de nuevo hacia Dios hasta que vuelva a su primer origen. Lo segundo, por la espada de fuego, debiendo el alma volver a las buenas obras realizadas en un amor ardiente por Dios" (Maestro Eckhart).

viernes, 4 de agosto de 2023

 


"Las únicas formas tradicionales para una afiliación esotérica -para un occidental- son el Islam, el cristianismo griego y la rama Shinshû del budismo japonés (no el Zen); en el catolicismo, los desórdenes actuales -sin precedentes- de la Iglesia, plantean problemas extremadamente graves. Tampoco los libros de Guénon proporcionan ciertas directrices precisas, sin las cuales se corre el riesgo de ser incapaz de sacar provecho de los elementos esotéricos.. Es imposible afiliarse al hinduismo; hay que haber nacido en él. Por lo demás, la India contemporánea rebosa de falsos gurús, que imaginan que 'la experiencia directa' lo es todo, cuando en estas circunstancias no es nada. La elección de una tradición no depende de una iniciativa individual y los sentimientos de 'afinidad' -que, por otra parte, suelen ser ilusorios-; se hace preciso que la apruebe el Cielo" (Frithjof Schuon). 

miércoles, 2 de agosto de 2023

 




Hoy día 31 de julio, por anteayer, de 2.023 nació mi amada hija: Ángela. Su vida, a partir de ahora, pasa a ser el norte de la mía, junto a su hermano Rafael y la madre de ambos, mi adorada Estephany. 

Y es que el nombre de Ángela, no por casualidad, le ha sido conferido por razón de gran importancia para un servidor. Los ángeles fueron creados como seres superiores, de naturaleza espiritual, emanaciones divinas o partes desprendidas de Dios mismo, para poder así comunicarse con los hombres y viceversa. Como realidad inverosímil, de entrada se presentan como verdad de fe; y doy fe de que así son los ángeles: seres espirituales y etéreos, que emanan una luz sobrenatural, como ya proclamaran otrora Ireneo, el Pseudo Dionisio, Gregorio Magno, Tertuliano, Clemente de Alejandría, Orígenes, Agustín o Fulgencio. Pues, al respecto, puedo dar mi particular testimonio de aquel ángel custodio cuál ser de luz, de otra dimensión o naturaleza, que es la parte superior de nosotros mismos, al que llamaríamos nuestro propio ser o espíritu.

El ángel se define como mensajero por antonomasia, siendo primordial su tarea de advertirnos qué debemos cambiar o rectificar para mejorar nuestra labor terrenal y aprovechar nuestro destino individual, evolucionando debidamente con la inestimable ayuda de su sabiduría.

Aunque se nos ha enseñado y educado en Occidente, que no existe nada que no pueda ser percibido por los sentidos, aun así han habido algunos privilegiados que han visto un ángel. “Sus vestiduras son de una blancura sobrenatural, más suave a la vista. Estos brillantes ángeles están rodeados de una luz tan distinta de la nuestra que, en comparación, todo parece oscuro”, dijo un sacerdote francés Père Lamy en 1890; o “Su cuerpo estaban henchido de luz; rayos de luz que fluían desde el interior. En la cara se dibujaba un éxtasis de belleza y de imperecedera juventud”, el escritor George W. Russell en 1867. Ya en el S.XX tenemos un libro (La respuesta del ángel, Gitta Mallasz) que es un testimonio de la Segunda Guerra Mundial en Budapest, de cómo puede llegar a establecerse un nexo de unión con nuestro ángel custodio en situaciones extremas. Y es que, de hecho, en situaciones de grave peligro, sí que son numerosos los casos de su inexplicable resolución, alentada ésta por una desconocida figura que desaparece tal como brevemente apareció.

Por ello, en diferentes épocas y culturas, la figura del ángel ha sido venerada de varias maneras, más siempre desde la perspectiva de su labor intermediadora con Dios, Padre y creador del universo.

“Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” (Mateo 16, 24-27).

Que Dios, en su infinita sabiduría, me otorgue la necesaria fortaleza de espíritu para educar a Ángela en el amor a Dios y al prójimo, sobre todas las cosas. Amén.


sábado, 29 de julio de 2023

 


"El argumento del Islam es el hecho de que todo Mensaje anterior, desde Adán hasta Jesús –Isa-, no es otro que la sumisión (islâm) al Uno (Allâh). En lo que se refiere al “pecado original”, el cristianismo identifica al hombre con su voluntad, y de ahí el carácter absoluto y hereditario de la caída de Adán; mientras que el Islam identifica al hombre con su espíritu –la inteligencia que eleva al hombre por encima del animal-, y de ahí la relatividad de la ‘caída’. La ‘infidelidad’ viene del hecho de que la inteligencia está sumida en las pasiones, y lo que es hereditario es la predisposición a dicha decadencia. El cristianismo contempla a Adán cuál traidor a su inteligencia a causa de su corruptible voluntad, y de ahí la función crucial que en esta perspectiva tiene el sacrificio. El Islam, por su parte, no considera la ‘caída’ más que en la corruptibilidad de la inteligencia como tal, porque ésta no puede corromperse, pero puede estar soterrada bajo las pasiones. Ahora bien, la fe neutraliza dichas pasiones ‘en el exterior’ por medio de la Ley (sharîah), y las disuelve ‘en el interior’ por medio de la Vía (tarîqah) o la Virtud (ihsân), que implica el desapego respecto a las ‘asociaciones’ –idólatras- de este mundo" (Frithjof Schuon).


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