lunes, 26 de mayo de 2014


"Cuando un hombre se siente atraído por una mujer y la desea, más que descubrir en ella las cualidades para criar la especie, busca el 'placer' que ella pueda dar, adivinar la expresión de su rostro y su comportamiento durante la unión sexual...Cuando eso adquiere un carácter demasiado consciente, el hombre se aleja de la normalidad del 'eros' y cabe hablar de lujuria" (Julius Evola). 

El texto de marras se encuentra entre las primeras páginas del libro ‘Metafísica del sexo’ y, para contextualizarse, especificaría que la ‘previa’ de Evola es calificar la ‘metafísica’ como la búsqueda de los últimos significados; así, calificando tan lacónicamente el libro, comienza su introducción criticando el papel exhibicionista de la mujer hoy en día, con la única excusa de atraer e “intoxicar” sexualmente al hombre, de manera constante; y, por ende, cómo ya no interesa el sexo desde la perspectiva espiritual (que será el hilo argumental de la mayor parte del libro), comienza advirtiéndonos de los hechos básicos –J.J.Bachofen ya lo hace considerando “el signo de la llegada de la Edad oscura, coincidiendo con aquella en que los hombres se someterán a las mujeres y serán esclavos del placer”-. Tras ello, Evola pasa a tratar someramente las teorías evolucionistas y los estados físicos y mentales que son abolidos a causa del Amor (mal llamada “atracción cuya consecuencia es la unión de los cuerpos”) –sin entrar en muchos detalles del sexo de los cromosomas-. Sea como fuere, hasta ese momento, Julius Evola intenta dejar patente la dañina pulsión del placer que degenera al hombre, en su falsificación del “eros” (es así como queda más nítido su enfoque); literalmente, cita “El que ama realmente, al poseer a una mujer, no tiene más en mente la idea de ‘placer’ que la de la progenitura” (en contra de lo que sí arguyó, por ejemplo, Freud). Hasta aquí, el contexto; si luego, se desea profundizar en el libro, podemos ahondar en la búsqueda, más allá del libido o el deseo sexual “del cual, el hecho fisiológico es sólo una parte”…el mito del andrógino, la relación entre la mitología y el amor o el sexo, las variantes del sexo, los éxtasis y arquetipos sexuales, el sexo y su manifestación en la naturaleza, las diversas prácticas sexuales relacionadas con las iniciaciones y la magia, etc…

Al-fanâ es el último término sufí del éxtasis, designado para la "aniquilación" del yo, cual ruptura con la individualidad y posterior reconocimiento de la unidad en Dios.

En el Languedoc apareció el Sefer Ha Bahir en el siglo XII, integrándose posteriormente al Zohar (bajo la forma de Midrash), cual nueva perspectiva en la estructura sefirótica del Sefer Yetsirah.

La Cábala pone de énfasis la aparente dualidad entre la trascendencia de un Dios infinito y su inmanencia terrenal. Así pues, el Dios trascendente no puede ser conocido y sólo se explicaría su presencia en este mundo, a causa de una inmanente y sucesiva emanación -por etapas, por así decirlo-.

En el esoterismo islámico, Ebn-Arabî recibe el título de Esh-Sheik-el-akbar (el más grande de los maestros espirituales).

Todo cristiano “de pro” debería “retirarse” del actual materialismo que campea en este mundo a sus anchas (en la línea de un verdadero misticismo religioso), como mal menor ante el exoterismo en que centra actualmente la Iglesia -más allá del valor intrínseco de sus sacramentos-, como base de una auténtica realización de los estados espirituales suprapersonales. Con ello, no digo que se deba dejar de lado dicha tradición religiosa, en el caso asumirse como propia, pues Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio son la exteriorización de antiguos ritos primitivos de la otrora iniciación cristiana (no obstante, René Guénon indicó que, de ellos, tres son los que aún mantendrían cierta reminiscencia directamente iniciática, siendo el Bautismo y la Confirmación, inicio y continuidad virtual de los “pequeños misterios”, mientras que el Orden sacerdotal estaría relacionado con un "ascenso" (en relación a sus diferentes niveles) de los estados superiores del ser, relacionado con los “grandes misterios”. Resumiendo, la Iglesia habría resguardado su núcleo iniciático, a cambio de instaurar un generalizado exoterismo religioso.

René Guénon tomó al actual Manvantara (en referencia a la medida de tiempo hindú, que fijó –como los antiguos caldeos- en 64.800 años), como período que “correspondería con la edad de la presente humanidad terrestre”; y dicho ciclo adánico –por así decirlo-, según él tendría su principio en la tierra hiperbórea llamada Tula (recordar la Thule grecorromana), cuyo “centro primero y supremo para el conjunto del actual Manvantara…sería la arquetípica ‘isla sacra’ de situación polar en su origen”, hallándose bajo la Tradición primordial de su fundador espiritual, el Vaivasvata Manu. Tras este “centro” hiperbóreo, devendría la Ley atlante, pudiendo durar un “Gran Año” de 12.960 años. Nuestra época, Guénon consideró heredera de ambas, tomando al hinduismo como heredero de la primera y al resto de tradiciones religiosas, de la segunda. Pero aquí debe tenerse en cuenta el simbolismo de ambas perspectivas, más allá de las directrices geográficas que hayan posteriormente adaptado las mismas. Hiperbórea, independientemente que no sea lo mismo que Atlántida, no debe entenderse literalmente como aquella condición geográfica situada en el Polo Norte y en una desaparecida isla del Atlántico, respectivamente (que quizás también, no digo lo contrario), sino básicamente como estados regresivos de nuestra condición existencial, en relación a nuestra verdadera esencia u origen no físico, más allá de nuestra posterior “regresión”.

"La verdadera 'apolitéia no consiste solamente en no esperar nada bueno de los 'politicuchos' de moda, sino en trabajar en uno mismo para llegar a ser un 'hombre antiguo', capaz de seguir una vía...Todos los reflejos del hombre moderno van contra los ejercicios y las actitudes espirituales: conectar la radio, colgarse del teléfono, leer el periódico, conducir un coche son algunos de los automatismos destructores...Es necesario tratar de evitarlos por todos los medios, lo mismo que las ideologías y las filosofías actuales: nunca se nos ha pedido el tomar venenos y basuras. Hay que conseguir el espíritu de un metafísico y guardar el alma de un niño, permanecer en contacto con la naturaleza, amar las flores, leer los viejos libros...Por lo demás, elegir el mal menor..." (Frithjof Schuon).

La captación de una doctrina tradicional – también llamada primordial o perenne-, como podemos vislumbrar en los mitos ritos y misterios de todas las épocas y culturas -y cuyo carácter debe entenderse como “no humano”-, deviene desde un centro firme hasta el mundo de cambios y mutaciones habidas y relacionadas entre sí que nos contempla; y, en el curso de ello, nuestras identidades –estructuras físicas y psicológicas con las que nos identificamos diariamente-, nacerán y morirán. Mas ese centro inmutable permanecerá ahora y siempre, pues se basa en un principio eterno, cuya pureza se manifiesta metafísicamente (más allá, incluso, de las religiones). Se me antoja que, por ejemplo, durante la Edad Media, Dante Alighieri pudo ser una de las últimas personalidades que viviera durante una época en la que, a pesar de hallarse ésta fuertemente embutida por la religión católica, aún pudo relacionarse al orden tradicional mencionado, en base a libres asociaciones de tipo esotérico. Aún hubo incluso quien intentó mantener dicha base tradicional durante el Renacimiento, recuperando en parte el hermetismo platónico o la Cábala hebrea, en parte gracias al Islam, cual dualista intuición aún habida entre la religión y la metafísica; pero es ahora, con nuestra actual sociedad contemporánea -básicamente materialista-, cuando la humanidad se ha ido apartando progresivamente de los principios espirituales, cuya base metafísica –por así decirlo- se encuentra paulatinamente desnaturalizada, alterada y, finalmente, acabando por ser mayormente “contra-iniciática”. Siempre me ha apasionado la Edad Media y no sé por qué...

"El ego es una construcción artificial; y los seres humanos, cuando conviven desde el ego, difícilmente pueden vivir en armonía" (Shiva Shambho).

"Corazón del Universo que se dirige hacia arriba, hacia abajo, a la derecha, a la izquierda, adelante y atrás; al dirigir su mirada hacia estas seis extensiones como hacia un número siempre igual, Él acaba el mundo. Es el principio y el fin; el Alfa y el Omega. En Él se acaban las seis fases del tiempo y de Él reciben su extensión indefinida; este es el secreto del número siete" (Clemente de Alejandría).

"Considerándonos responsables de todas las dificultades y de todos los males que nos vejan en este mundo, seremos liberados de la preocupación de atribuirlos a los demás, y soportándolos pacientemente pronto seremos liberados de ellos, si no abandonamos al Señor de las almas.

El silencio y el ayuno absorben eficazmente los estímulos de la impaciencia y de la cólera, como el amor de Dios y el olvido de uno mismo ahogan las simientes de la codicia y del orgullo.
«La vida eterna es como la fijeza del fuego de la conciencia entre las creaciones movedizas del agua madre.»" (Mensaje Reencontrado XIV,40)

lunes, 19 de mayo de 2014


En primera instancia, un ángel puede mostrársenos con el loable fin de que podamos así contemplar nuestra verdadera fisonomía, cual forma sublimada reflejo de nuestra alma (o desdoblamiento, como aseveró el zoroastrismo, el mazdeísmo o el chiismo islámico -sobre la Daena y el Fravarti-) siendo entonces conscientes de nuestra verdadera Naturaleza. Según la obra del pseudo-Dionisio, hubo un tiempo en que el hombre podía aumentar su grado de proximidad en relación a Dios, en la medida en que éste se esforzaba por alcanzar la vida divina mediante la imitación de los ángeles; el alma, grado a grado, debía elevarse hacia Dios.

“En qué lugar, en qué bosquecillo has morado, 
Hermosa? Dímelo, amor mío.
¿Dónde tejiste tu nido encantador, 
Tú, orgullo de los campos?

Allá lejos se levanta un árbol solitario; 
en él vivo y por ti me lamento.
La mañana bebe mi silente lágrima
Y los vientos de la noche se llevan mi pena.

¡Oh tú, armonía estival!
Por ti he vivido y he llorado.
Cada mañana por los bosques me lamento
Y la noche ha escuchado mis sonoras quejas” (William Blake).

“En el fondo de nuestro inconsciente, el héroe que somos debe aprender a conocer y dominar al dragón -como en la leyenda de San Jorge-, instándose así esta vía alquímica. Gigantes o dragones son exteriorizaciones de nuestros miedos, sombras o violencia. Los héroes y caballeros encarnan nuestra luz, valor y amor, pero reparando en que al monstruo no se le suprime; es fundido en el crisol alquímico para metamorfosear su energía bruta en sutil. Así pues, el dragón no es un enemigo; es un adversario, guardián del umbral, que tiene por misión probar el valor del iniciado, fulminándolo por su vileza o confiándole su tesoro o sabiduría a causa de su pureza” (Édouard Brasey).

"Hay dos momentos en la vida que lo son todo: son el momento presente, en el que somos libres de elegir lo que queremos ser y el momento de la muerte, en el que ya no tenemos ninguna elección y en el que la decisión es de Dios" (Frithjof Schuon).

La alianza taoísta con el Principio se obtiene básicamente mediante el Vacío; y este vacío es “el ayuno del corazón” (sintchai) que desemboca en un estado de inconsciencia egoísta…

"Todos los dragones de nuestra vida son quizá princesas que esperan vernos bellos y valerosos. Todas las cosas terroríficas no son quizá más que cosas sin socorro, que esperan que las socorramos" (R.M.Rilke),

“Aquí baix, tots són útils per a alguna cosa o per a algú;
en canvi, nosaltres semblem inútils als altres i a nosaltres mateixos. 
Per consolar-nos, doncs, Déu consent, alguna vegada, a dir-nos un petit mot.

Si no buidem el cos per mitjà del dejuni, l’esperit per la pregària i l’ànima per la contemplació,
com podrà el Senyor omplir-nos de la seva presència, triple i única?”

(Missatge Retrobat XIV, 49)...Sinó, com podríem abstreure'ns de convertir-nos en pobres víctimes, al fons de les aigües subaquàtiques, com es troben plenes de tresors il•lusoris?

Un ángel sería un grado de manifestación divina, cual inteligencia creada por la Luz irradiada desde el Verbo y que, a su vez, transmite planos de reflexión de la luz divina. En la medida de lo posible, creo firmemente que se nos permitiría contemplar a "nuestro" ángel, en base a un compendio de conocimiento y virtud –o estación espiritual-; y es que los ángeles, son seres que se han manifestado a los hombres en sutil y etérea corporeidad, tanto en sueños como estados de vigilia.

"El mundo de la Naturaleza es aquella forma única en múltiples espejos. Aquí no hay más que perplejidad a causa de la división de perspectivas. El que conoce en verdad, para él hay un aumento de la ciencia divina, debido al receptáculo; y el receptáculo no es otro que la esencia inmutable de la que es el reflejo" (Ibn Arabî).

martes, 13 de mayo de 2014





Lectura destacable: "Metafísica del sexo" de Julius Evola, cuya visión de la metafísica, nos indica cómo realmente debe situarse su estudio más allá del plano físico (como experiencia transpsicológica y transfisiológica) y resaltando la degradación de las antiguas formas del "eros" (otrora sagradas e iniciáticas).

Según un relato hindú, hallándose presta una persona a realizar una peregrinación, ya a las afueras de su pueblo se encontró con un anciano desconocido que, tras observarlo detenidamente, le alcanzó y preguntó sin ambages: “¿Hacia dónde te diriges, joven peregrino? - Hasta las sagradas aguas del Ganges en Benarés. ¿Y con qué intención, si no es excesiva indiscreción por mi parte? – Para encontrar a Dios... Joven amigo, necesitarás provisiones para tan largo viaje, ¿ya has sido previsor? Te veo ligero de equipaje… -Llevo todo este dinero (le dijo, enseñándoselo)”. Resueltamente, el anciano le ordenó: “Dame todo tu dinero”. El joven, al principio contrariado, tras observar la sincera paz que se dibujaba sobre el semblante de aquel anciano y sopesando su condición de maestro, así lo hizo; ante lo cual, el viejo le conminó: “estoy seguro que hubieras llegado con tu predisposición y dinero pero, en lugar de eso, te vas a lavar ahora mismo con mi cantimplora”. El joven, no sabiendo exactamente ya qué hacer, optó por tomar aquella cantimplora y vaciarla sobre su cabeza; al devolvérsela, el venerable maestro le dijo: “ahora, ya puedes estar seguro de haber conseguido lo que tanto aspirabas, pues ni en la ciudad de Benarés, ni en las aguas que la atraviesan, ha morado jamás Dios un solo instante; y, en cambio, desde que fue creado el corazón del hombre, no ha dejado de estar en él. Ahora, vuelve a tu casa y sopesa adecuadamente que, cuando lo necesites, viaja a tu propio corazón”.

Cuando Ferdinand Ossendowski escribiera su libro
“Bestias, hombres y dioses” en 1924, al narrar su viaje cuatro años antes por
Asia Central, su relato de un Reino de Agarttha –mentado por Saint-Yves
d’Alveydre con anterioridad- tuvo básicamente una atribución espacial subterránea,
en base a una extensa red de túneles (aunque reseñablemente curioso, a causa del
“culto de las cavernas”, relacionado con el simbolismo de la cueva o el corazón).
Y según ellos, en dicho Reino se encontraría un “Rey del mundo”, inmortal
jerarca que equilibraría –por así decirlo- el mundo exterior (a causa de la
desviación intrínseca del género humano respecto a la Tradición primordial).

No obstante, la figura del Rey del Mundo se aplica al
Manu, cual legislador primordial del hinduismo (como también lo fuera al Menes egípcio
o al Minos griego), formulando la Ley (Dharma). Y el Dharma, como principio que
puede ser manifestado, puede establecerse por un centro espiritual en este
mundo, por una orden encargada de salvaguardar el depósito de la Tradición
sagrada (perteneciendo aquí el carácter pontifical al jefe de una jerarquía
iniciática de gran calado, que en Europa tuvo su mayor repercusión en plena
Edad Media y cuyo nombre fue el de Preste Juan). Y el nombre del Reino del
Preste Juan fue relacionado indistintamente con el Tíbet, Etiopia, la India o Mongolia;
de hecho, se especula que desde uno de ellos, tuvo origen la peregrinación de
los Reyes Magos de Oriente, en representación del Rey del Mundo (de manera más
específica, se cree que serían los jefes del Agarttha -en sánscrito, “fosa innaccesible”).

Pero la leyenda del Agarttha, como centro supremo de la
tradición indoeuropea, establece que su jefe supremo porta el título de Brahâtmâ;
y sus dos asesores son el Mahâtmâ y el Mahânga (siendo Brahâtmâ en el ámbito
del mundo principal no manifestado, Mahâtmâ en el mundo sutil y Mahânga dentro
del mundo material). Curiosamente, coinciden con las figuras de los Reyes
Magos, pues el Mahânga ofrecería oro al Cristo y lo saludaría como rey; el
Mahâtmâ le entregaría incienso, saludándole como sacerdote y, por último, el
Brahâtmâ le daría mirra (bálsamo de incorruptibilidad), saludándole como
“maestro espiritual”. Por último, el Brahâtmâ corresponde a la plenitud de los
dos poderes: sacerdotal y real; Mahâtmâ, específicamente relacionado con el
poder sacerdotal y Mahânga, únicamente con el poder real.

Por otra parte, el Verbo es también llamado “sol de
Justicia” o “centro del mundo”, ambos atributos representativos de la figura de
Melki-Tsedeq; y si el sol también representaría a Cristo, los doce rayos con
que es representado, vendrían a ser los doce apóstoles, en conformidad a la
estrecha relación entre el cristianismo y la Tradición primordial.

También el Santo Grial deviene símbolo de la Tradición
primordial y, por lo tanto, del “Eje del mundo”; dicho “Eje del mundo”, a su
vez, está representado por el Árbol de la Vida en centro del Paraíso terrenal,
el Pardes. No siendo Adán capaz de alcanzar de nuevo su antigua condición, es
desposeído de su “estado primordial” (y es que el Paraíso terrenal representa
el “centro del mundo”); la recuperación de dicho estado deviene la restauración
del orden primordial, hasta entonces oculto. Entra entonces en escena, la
figura de Melki-Tsedeq, cuyo sacerdocio se ofrece a “El Élion”, en una
eucaristía con pan y vino, análoga a la cristiana (y por ende a la de la copa
sacrificial que contendría el “soma” védico o el “haoma” mazdeísta); es decir,
con el “elixir de la inmortalidad” que restituiría el “sentido de eternidad”. Y
con Melki-Tsedeq y la bendición a Abraham, se unirían la tradición hebraica y
la Primordial. Por ello, “El Élion” equivaldría a Emmanuel, y se reformularía
la relación entre Melki-Tsedeq y la tradición cristiana. Por otro lado, los
tres Reyes Magos de Oriente habrían sido los depositarios de una importante graduación
iniciática (aunque en Melki-Tsedeq se reunieran las tres funciones en una
sola). Por otra lado, siguiendo el simbolismo de la “Luz” que guiara otrora a
los Reyes de Oriente hacia la cueva en que se encontrara el Mesías, y
estableciendo cierto paralelismo en relación a nuestro cuerpo, la palabra
hebrea “luz” (“almendra”) nos indicaría cierta partícula indestructible que se
alojaría en el ser humano; dicho núcleo sería “morada de inmortalidad”,
embreñada la Kundalini (dicho término, significa “enroscado”, cual símbolo
embrionario de lo que potencialmente puede desarrollarse) en la región “sacra”
de la columna vertebral. De hecho, por el efecto de ciertas prácticas yoguicas,
podríamos despertar dicha Kundalini, elevándose a través de los chakras -o
lotos-, hasta llegar al “tercer ojo”, es decir, el ojo frontal de Shiva; en una
fase ulterior, Kundalini llegaría a alcanzar la cima de la cabeza, cual
conquista de los estados superiores del ser. Curioso que, según la tradición
hindú, el Agarttha se convirtiese en reino subterráneo coincidiendo con los
inicios del Kali Yuga (de hecho, numerosas tradiciones sagradas citan un diluvio
universal como el comienzo de dicho período y, como fase terminal, la lucha de
Kalki -último avatar de Vishnú, nacido en Shambhala- contra los demonios Koka y
Vikoka -Gog y Magog bíblicos-.

Manu es el Legislador universal del Manvâtara (ciclo
cósmico de 65.000 años) que, “haciendo girar la rueda” desde el centro, no
participa de dicho dinamismo. Y tal “centro” es el punto fijo, que todas las
tradiciones sagradas coinciden en designarlo como el “Polo” (por ejemplo, la
esvástica consistiría simbólicamente en dicho sentido, cual signo del “Polo”).

Entonces, ¿dónde buscar al Rey del mundo? “Buscad y
encontraréis; pedid y os será concedido; llamad y se os abrirá” (Mateo VII, 7);
de esta manera, se nos insta a buscarlo, oculto como permanece, castamente en
nuestros corazones; y que la caverna, anteriormente relacionada con el corazón,
sería la que hallaremos en el interior de la “Montaña polar”, de la que hablan
todas las tradiciones sagradas (el Mêru de los hindúes, el Alborj de los
persas, el Montsalvat del Grial, el Qâf de los árabes o el Olimpo de los
griegos); en esencia, viene a representar el eje fijo de todo cuanto existe, simbolizando
dicha montaña, el “Centro del mundo” antes del Kali Yuga.

Por todo ello, es tan importante el simbolismo del
“Centro del mundo”, relacionado con el omphalos cual piedra sagrada, también denominada
“betilo” –Beith El, “casa de Dios” en hebreo-, a la que se ha prestado
recurrente culto en todas las épocas y regiones del mundo; más, cuando se habla
del culto a las piedras, debe entenderse no literalmente, sino más bien desde
la representación del “centro o eje del mundo”. Y es que la piedra, como el
árbol –igualmente “eje del mundo”- está también relacionada con la serpiente (y
ésta, a su vez, con la Kundalini, habiéndose de efectuar su reconstitución al
final del Kali Yuga). En definitiva, más allá de acumular amuletos o frecuentar
lugares de culto exterior, se trata de recuperar una condición edénica o de
perfección dilapidada. La palabra sánscrita “loka” manifestaría éste simbolismo;
así pues, la Tierra santa devendría tal, no por su localización, sino por su
valor simbólico.
* (La mayoría de estas anotaciones, han sido reflexionadas sobre la lectura del libro “El Rey
del mundo” de René Guénon, cuya lectura recomiendo encarecidamente).

La Osa Mayor es la simbólica morada de los “Siete Rishis”, conforme a la tradición hiperbórea (en relación a la que sería la tradición atlante, reemplazando ésta a la Osa Mayor por las Pléyades -o hijas de Atlas o Atlántidas-).

viernes, 9 de mayo de 2014


Según el simbolismo hindú, las siete regiones del espacio son los cuatro puntos cardinales, a lo que habría que añadir el cenit y el nadir, a más del centro, que así conformarían una cruz de tres dimensiones (en seis direcciones, opuestas dos a dos a partir del centro). Y, dentro del simbolismo cabalístico, el “palacio interior” es conocido como el centro de las seis direcciones que forman conjuntamente el septenario; tal es el simbolismo que encerraría el número siete (seis son los días de la Creación y el séptimo es considerado como la última fase del tiempo o del retorno al Principio originario -es decir, al centro).
Sin ir más lejos, y a simple vista, de vez en cuando podemos contemplar los seis colores del arco iris –complementarios de dos en dos-, donde un “séptimo” color sería el blanco y así identificado con el centro.
“Dios es comienzo y final” -AΩ-“ (Clemente de Alejandría).

Los judíos dieron a Roma el apelativo de Edom, cuando curiosamente la “ciudad eterna” se hallaba sobre siete colinas (de hecho, el número siete se halla relacionado con la creación del mundo) y siete fueron los reyes de Edom; y, como todo se halla relacionado, encontraríamos la analogía directa con el séptimo imán de los ismaelitas, con los siete “sabios” de Grecia, con los siete “dwîpas” hindúes o los siete “rishis” o sabios védicos.

"La Cábala hebrea afirma de la Shejiná que aparece representada en el 'mundo inferior' por la última de las diez sefirot, Malkuth -es decir, el 'Reino'- (de ahí, 'Tsedeq', el 'justo') -René Guénon-

"Tu Señor ha dicho a los ángeles: En verdad voy a establecer sobre la Tierra un representante" (Corán 2,30).

La idea del cambio deviene cuando confirmamos, una y otra vez, que erramos en el camino. Más sospechamos que "cambiarse" a uno mismo, no sólo supone abandonar patrones de pensamiento y conducta habituales; y, en la creencia que nos debemos no sólo a nosotros sino a más gente, nos convencemos que por el hecho de poder ocasionar desequilibrios en nuestro entorno inmediato, ya no vale la pena; y volvemos a perdernos en los vericuetos de las múltiples sendas de este absurdo submundo. Más lo cierto es que, de hecho, no hay nada que debamos temer; no obstante, siendo humanos y, a pesar de nuestra fuerza de voluntad, dudaremos y temeremos a lo desconocido; y será entonces cuando tengamos que darnos simplemente satisfechos por la vida transcurrida hasta ese momento (no mirando atrás, quejándonos de las ocasiones perdidas o de los errores cometidos -siendo numerosos los mitos y leyendas, al respecto-). En resumen, nos debemos a una renuncia total; y, por todo ello y para empezar a perder el miedo a abandonar nuestra individualidad, tendremos que dejar paulatinamente al margen toda personalidad creada artificialmente durante tantos años, los problemas que en su mayoría inconscientemente creamos y mirar de empezar realmente desde cero...Y será sólo entonces, cuando "muramos" ante nuestra "corteza" exterior y "moremos" en nuestro hogar "interior"; aquel que Dios no ha dejado de habitar un solo momento desde que nacimos. ¡Labor hercúlea!

"Nosotros los japoneses hemos heredado dos culturas completamente diferentes...Es un gran privilegio del que los occidentales no participan...pero, al mismo tiempo, impone una grave responsabilidad sobre nuestros hombros: sentar las bases de pensamiento para un mundo en formación, para un nuevo mundo aunado más allá de las diferencias de Oriente y Occidente" (Nishitani Keiji).

Resulta curioso que, desde los ismaelitas -o discípulos del “Viejo de la Montaña”- hasta los drusos libaneses, hayan ostentando invariablemente el mismo título de “guardines de Tierra Santa”, que igualmente tuvieran las órdenes de caballería occidentales.

En plena siglo XII, varios grupos de solitarios hebreos o “perusim” se consagraron totalmente al estudio de la Torah, pudiendo ser así gracias a la manutención que corría a cuenta de la comunidad judía. Y fue el grupo de Jacob Hanazyr, quien concentró mayor fama a causa de su actividad contemplativa de las Sefirot (desde la perspectiva del Libro de la Formación). Los “perusim” provenzales, por ejemplo, vivían recluidos durante un tiempo no inferior a los siete años, en los que debían estudiar de manera ininterrumpida, absteniéndose de la carne o el alcohol y practicando ayunos; y todo ello, con el claro objeto de alcanzar la “pureza” (tehorah). Existe un manuscrito que así lo documenta: la “Huqe ha-Torah”, donde se describe la vida en uno de esos centros.

"Dos tipos de misterios, Mayores y Menores o de Ammón e Isis; los Menores pueden definirse como los Misterios de la Mujer, cuyo objeto es la reintegración 'cósmica' del individuo, su reunión con la sustancia femenina que puede tener carácter tanto luminoso -pudiendo dar la vida- como demónico -obstruyendo el acceso a lo que está más allá de la vida-, cual función antagónica a todo lo que es 'supracósmico'...Y los Misterios Mayores son aquellos que tienen que ver con la 're-ascensión', el reflujo de la corriente ascendente, la superación del nivel 'cósmico'..." (Julius Evola).

"El propósito de la controversia religiosa no deber ser 'convertir' al oponente, sino persuadirle de que su religión es esencialmente la misma que la nuestra" (Ananda K. Coomaraswamy).


Hubo otrora un afamado samurái, por su reputación en numerosas batallas y victoriosos encuentros desiguales, que habiendo llegado a la madurez optó por dedicarse a la enseñanza del manejo del sable y el bastón -de kendo-. Los estudiantes, valga decirlo, lo veneraban; más, en cierta ocasión, un engreído guerrero de cierto renombre a pesar de su juventud, le pidió -casi exigiéndole- su alumnado, a lo que el maestro prefirió negarle expeditamente su precioso tiempo. El orgullo herido hizo caer sobre el veterano samurái, tal retahíla de insultos por parte del osado descartado que, en aquel momento crucial, los alumnos de la escuela, a la espera de una contestación por parte de su maestro que ya tardaba en llegar, se mantuvieron perplejos primero y frustrados después. "Viejo idiota, no sirves para nada. Inútil, farsante". Ante la impasibilidad del samurái, el joven, tras escupir al suelo y golpear algún mueble, acabó desquiciado y marchándose sin obtener respuesta tras sus numerosas imprecaciones. Fue entonces entre los alumnos cuando hubo, a sabiendas de la contundente paliza que podría haberle propinado el maestro, quién se atrevió a indagar sobre la causa de semejante desidia. Y el maestro, sin dejar de reponer debidamente un par de objetos que habían caído sobre el tatami, respondió:
"Si alguien te hace un regalo y no lo recibes...¿a quién pertenece ese regalo?".

L a caligrafía arábiga tuvo su origen como comunicación entre los hombres y Dios; y Dios quiso comunicarse con sus fieles escogiendo a un ho...