sábado, 30 de agosto de 2014

 
"Y vi, como en el medio del aire austral, una imagen hermosa y prodigiosa en el misterio de Dios, similar a una forma de hombre, cuyo rostro era de tan gran belleza y resplandor, que yo podía más fácilmente fijar mis ojos en el sol que en esa imagen; y un círculo amplio y de color áureo rodeaba la cabeza de este rostro. Y en este mismo círculo, sobre esta misma cabeza, aparecía otro rostro como de hombre viejo, cuyo mentón y barba tocaban la coronilla de esta cabeza. Y de cada lado del cuello de esta figura salía un ala que, ascendiendo por sobre el ya mencionado círculo, allí se unían. Pero, en la parte más alta de la curvatura arqueada interior del ala derecha, yo veía como una cabeza de águila, que tenía ojos ígneos, en los cuales aparecía un fulgor de ángeles como en un espejo; y en la parte más alta de la curvatura arqueada exterior del ala izquierda había un rostro como de hombre, que brillaba como el fulgor de las estrellas. Y estos rostros estaban vueltos hacia el oriente. Pero también de ambos hombros de esta imagen se extendía un ala hasta sus rodillas. Vestía también una túnica semejante al fulgor del sol; y en sus manos tenía un cordero, espléndido como la luz del día. Sin embargo, sus pies hollaban a un cierto monstruo de forma horrible y de color venenoso y negro y a una cierta serpiente, que hundía sus boca en la oreja derecha de este mismo monstruo, y curvando el resto de su cuerpo por encima de su cabeza, extendía su cola en el lado izquierdo hasta sus pies" (Hildegarda de Bingen).


"La visión de la profundidad nos aleja del espíritu, porque la profundidad es la materia" (Plotino).

El mito platónico está relacionado con el paso de la Unidad a la dualidad.
 
Vivimos rodeados de tinieblas…aspirando, de vez en cuando, a dispersarlas; y, no obstante, acabamos regresando a ellas, pues nos condicionan directa o indirectamente desde que vinimos a este mundo (la circuncisión judía, por ejemplo, deviene simbólicamente dicha aspiración). Nuestra visión dual de las cosas (curiosamente, poseemos dos ojos) nos impide apreciar la unidad, la cual sólo puede ser contemplada por el ojo interior (en la cultura hindú relacionado con el Ajna Chakra u ojo de la Intuición –tercer ojo-). Por lo tanto, para entrar en contacto con lo sagrado, cabe ser primero conscientes de la superficialidad que nos subyuga, “despojarnos” de rémoras, prejuicios o ataduras físico-mentales que nos impiden ser realmente nosotros mismos. ¿Cómo conseguirlo? Básica es la simplicidad en nuestra cotidianidad, como punto de partida; y, en línea con el 37 versículo del Salmo 119, aconsejaría “apartar mis ojos de miradas vacías, en Tu camino dame vida” (“Aparta mis ojos de la contemplación de la vanidad y apresúrate en Tus caminos” – Tanaj).

miércoles, 13 de agosto de 2014


La dimensión vertical desde la perspectiva de Frithjof Schuon.


La dimensión vertical sólo el hombre la posee. El buen carácter se abre a la verdad. La consciencia de la muerte debe determinar el estilo de la vida, la consciencia de los valores eternos sobre la de los valores temporales. "¿Por qué me llamas bueno?", preguntó Cristo. El hombre primordial sabía por sí mismo que Dios existe; el hombre caído tiene que aprenderlo, esforzándose a tener siempre consciencia de ello. Las aglomeraciones urbanas producen degeneración y calamidades. El hombre caído ama al mundo más que a Dios y, por tanto, debe practicar la renuncia. Los fundamentos de la existencia tienen algo de indefinido y no se revelarán, lo que ya indicaron los mitos de Prometeo, Ícaro, Lucifer o los Titanes. El hombre no debe ni querer agrandar desmesuradamente lo pequeño, ni empequeñecer desmesuradamente lo grande; debería percibir que no hay ninguna felicidad en dichas empresas. Con el olvido de la intención divina se llega a un vacío y a una mentalidad de nihilismo y desesperación, materialismo despreocupado y brutal. La desnudez de Isis corresponde al "corazón" o al Sí inmanente. El sujeto y el objeto forman una complementariedad en sí neutra y no una oposición; en cambio, tanto el objeto como el sujeto poseen esa bipolaridad casi zoroastriana del Ser y la materia, la Consciencia divina inmanente y el ego. La gran perversión es tender hacia la materia y el ego, alejándose del Principio divino, inmanente así como transcendente. El velo no es otra cosa que la proyección cosmogónica mediante la cual esta Realidad se bipolariza de esta manera, originando el Universo. Isis es Âtmâ, el velo es Mâyâ. Sin duda, Dios está en todas partes. El término Shakti posee grados y modos en virtud de la Relatividad universal, Mâyâ. En el plano de la vida espiritual, "shakti" significa la energía celestial que permite al hombre entrar en contacto con la divinidad; su socorro desciende del Cielo sobre nosotros, mientras que su atracción nos eleva hacia el Cielo. El hombre se caracteriza por una inteligencia total, voluntad libre y compasión. En cuanto al animal, éste no puede conocer lo que está más allá de los sentidos; no puede ir contra su instinto y no puede elevarse por encima de sí mismo. Transcendencia, inmanencia y teofanía: estos tres son los puntos de vista desde los cuales el hombre puede abordar la Realidad divina. "Principio y  Manifestación", Âtmâ y Mâyâ. El Principio Supremo no es transcendente ni inmanente; sólo en
relación con la Manifestación se puede hablar de transcendencia e inmanencia. Se puede decir que la transcendencia aniquila o empequeñece lo manifestado; la inmanencia, por contra, lo ennoblece o dilata.
El judaísmo y el Islam acentúan la transcendencia, mientras que el cristianismo se basa en la teofanía; y el budismo toma su punto de partida en el misterio de la inmanencia. Existe, en primer lugar, el espacio ilimitado; está, después, el sol; y tenemos, finalmente, el reflejo del astro solar. Estas imágenes pueden simbolizar el Centro divino del Universo, el Principio divino manifestado y la proyección cósmica de Dios. "El Reino de Dios está dentro de vosotros" y "quien me ha visto ha visto al Padre" o "Padre nuestro que estás en los Cielos". Si partimos que toda religión es la verdad de lo Absoluto, la religión cristiana satisface su contenido, no en Dios, como tal, sino en Cristo; es decir, no tanto en la naturaleza del Ser divino como en la manifestación humana de éste: "Dios se ha hecho hombre a fin de que el hombre se haga Dios" (que es como decir "Bhrama es real, el mundo es apariencia"). El cristianismo propone esotéricamente la "interioridad" contra la exterioridad de las prescripciones y "la letra que mata"; opera con ese sacramento que es la Eucaristía. Si "Dios se ha hecho hombre" o si el Absoluto se ha hecho contingencia, puede concebirse que Dios se haya hecho pan y vino. No obstante, los mayores santos, al principio del cristianismo, vivían en soledad sin poder comulgar durante varios años. Lo que se explica por el hecho de que la oración está por encima de todo, pues "El Reino está dentro vuestro". El pan parece significar que "Dios entra en nosotros" y el vino que "nosotros entramos en Dios"; también que el pan se refiera a la salvación y el vino a la unión, lo que evoca la antigua distinción entre los pequeños y grandes misterios (los sacramentos para los exoteristas es la salvación buscada, mientras que para los esoteristas es la unión mística. En la Eucaristía, el Absoluto se ha hecho Alimento (dijeron Platón y San Agustín que está en la naturaleza del Bien el querer comunicarse). San Bernardino de Siena dijo "el Nombre de Jesús poned en vuestras casas y habitaciones y conservadlo en vuestros corazones". El Icono es la materialización de lo celestial. La Verdad quiere la belleza. La metafísica intrínsecamente cristiana, no helenizada, se expresa en San Juan al decir: "Al principio era el Verbo". El Verbo es el centro a la vez transcendente e inmanente. Está en la naturaleza del Âtmâ penetrar en Mâyâ, y está en la naturaleza de cierta Mâyâ el resistírsele (sin lo cual, el mundo dejaría de ser el mundo). En el Islam, todo musulmán es su propio sacerdote. Sin sacerdocio no hay dignidad humana; es tomar consciencia de la Realidad total. La oración entonces se impone, aunque poseamos determinada cualidad espiritual, porque somos hombres. La Limosna (Zakât) vehicula las virtudes del desapego y la generosidad, sin las cuales no somos "interlocutores válidos" ante Dios. En cuanto al Ayuno (Siyâm), todo hombre, quiera o no, experimenta placer y, por lo tanto, debe experimentar también la renuncia. El sentido de la Peregrinación (Hajj) es el regreso al origen, afirmación primordial abrahámica, en el caso del Islam; también existe, según los sufies, la Peregrinación hacia el corazón (nucleo divino del alma inmortal). La Yihâd (Gran Guerra Santa) es la que libra el hombre contra su alma caída, siendo Dhikru 'Llâh (el Recuerdo de Dios) la mejor arma para nuestro guerrero. La pobreza (faqr) es la conformidad con las exigencias de la Naturaleza divina: a saber, la autoanulación, la paciencia, la gratitud, la generosidad, la resignación a la voluntad divina. En todo caso, el objetivo es el perfecto conocimiento de sí mismo pues, "quien se conoce su alma, conoce a su Señor". Cristo oponía los valores interiores a las actitudes exteriores. "El Reino de Dios está dentro vuestro" se refiere metafísicamente al divino "Sí", al Âtmâ inmanente; al Intelecto "increado e increable" de la doctrina eckhartiana. La inteligencia es discernir la Realidad transcendente; la interioridad es unirse con la Realidad inmanente. La cualidad de interioridad nos impone, no una renuncia al mundo exterior -que sería imposible-, sino un equilibrio determinado por el sentido espiritual del mundo y de la vida. Se impone un arraigo espiritual que le quite a la exterioridad su tiranía dispersante y nos permita "ver a Dios en todas partes"; en las cosas sensibles, símbolos, arquetipos y esencias; pues se convierten en factores de interiorización. Lo mismo para la materia, que no debe negarse, sino sustraerse a su seductor dominio. En otras palabras, la exterioridad es un derecho y la interioridad es un deber. Dios es generoso: cuando nos retiramos hacia el interior, Él se manifestará en el exterior; cuando el hombre se interioriza, Dios se exterioriza (Transcendencia e inmanencia). El ascetismo implica la renuncia a lo que la Tierra puede ofrecernos de agradable, como única vía que lleva a Dios. La belleza percibida en el exterior debe ser descubierta o realizada en el interior. La belleza percibida es la mensajera de un arquetipo celestial, cual proyección exterior de una cualidad universal inmanente en nosotros mismos. En estos elementos se basan una ciencia y una actividad que pueden servir de soporte espiritual "ipso facto" simbólica. El alma humana posee dos polos: el yo empírico, que aspira a la salvación y cuyo vehículo es la voluntad; y el intelecto que tiende hacia su fuente, a la vez transcendente e inmanente y cuyo vehículo es la inteligencia. En diversos grados es directa y exigente con el hombre de gnosis, y puede ser indirecta y modesta como en los artesanos iniciados, que siguen su "instinto metafísico". Labrar las piedras es hacer receptiva la "materia anímica" con miras a un despertar liberador; según las reglas "alquímicas", el artesano se recrea a sí mismo a partir de la "piedra en bruto", y con miras a la vía ascendente; repite así en el interior, lo que hace en el exterior. Amar es permanecer en la actitud original: en el amor que, según Dante, "mueve el Sol y las demás estrellas". Dios tiende a limitarse con miras a su Manifestación; éste es todo el ministerio de la divina Mâyâ. Hay dos discernimientos, el de los principios y el de los hechos. El primero es la intuición de las realidades metafísicas, y el segundo se aplica a los fenómenos. Por una parte, este segundo es el sentido de la causalidad. Ver los efectos en las causas y las causas en los efectos es una buena definición de la inteligencia. Hay dos géneros de discernimiento: en el plano de las realidades metafísicas y de los terrenales. No es necesario ser un sabio para darse cuenta de que el discernimiento en el hombre medio brilla por su ausencia. Si la sensatez bastara para resolver todos los problemas, no habría motivo para quejarse en este mundo. En lenguaje simplificador, diremos que el hombre no discierne con el cerebro solamente, sino que también lo hace con el Corazón. El hombre se aplica a ver los arquetipos en la medida en que es noble; si carece de nobleza, se aferra a las cortezas. La inteligencia específicamente humana es la capacidad de conocer lo cognoscible; pero será capaz de conocer lo incognoscible, en la medida en que sea inmanente en nuestro espíritu y así
manifestarse. Dios hace lo que quiere; y debemos aceptar su voluntad (incluso cuando el mal entra en nuestro destino). Hay que aceptar la "voluntad de Dios", no permitiendo que el alma se hunda en los callejones sin salida de la amargura o las inquietudes, la desesperación y, así , perdiendo de vista el Sumo Bien presente en todas partes. El puro presente es el momento del Absoluto: es ahora ante Dios. La misión cósmica del hombre es ser "pontifex", uniendo el mundo sensible e inestable a la inmutable Orilla divina. La pura felicidad no es para esta vida, sino para la otra.
La primera de las virtudes es la veracidad, pues sin ella no podemos hacer nada. La segunda virtud es la sinceridad. La virtud no es un mérito en sí, es un don; sin embargo, es un mérito en la medida en que nos esforzamos hacia ella. Y las cualidades morales que corresponden respectivamente a estas dos dimensiones son la autoanulación y la generosidad: por una parte, hay que anularse con dignidad y, por otra, hay que ser generoso con mesura, pues los intereses de los demás no suprimen nuestros propios intereses. La humildad es la consciencia de nuestra nada frente al Absoluto. Dios nos pide lo que nos ha dado en nuestra substancia deiforme. El hombre debe "convertirse en lo que es"; todo ser es fundamentalmente el Ser en sí. Dios se presenta como el Sumo Bien, fuente de toda armonía y felicidad. Amor a Dios, cuyo punto de partida es el conocimiento de la naturaleza divina que nos libera de las estrecheces del mundo terrenal. La vía del amor -la "bhatki" metódica- presupone que no podamos ir hacia Dios más que por ella; el amor en sí -la "bhatki" intrínseca- por contra acompaña a la vía del conocimiento (el "jñâna). El alma contemplativa puede ser sensible a la inmensa serenidad propia del Ser puro o amar a Dios por su inmutabilidad liberadora. "Todos mis pensamientos hablan del Amor", dice Dante.
 
La ignorancia que cita el budismo se refiere a la oscuridad de la perspectiva espiritual, cual antítesis de la Iluminación; y en dicha ignorancia, nosotros -como conocedor- nos separamos de lo que "conocemos", afirmándose así un mundo diferente del nuestro. "La Ignorancia ha de ser iluminada, lo que epistemológicamente implica una gran contradicción; pero, hasta que trascendamos este estado ausente de paz mental, la vida se torna insoportable" (D.T.Suzuki).

 
No puede negarse el progreso material del mundo actual; aunque no se trata más que de un progreso relativo puesto que, en realidad, éste –como contraprestación- ha apartado al hombre de su verdadero centro originario (aquel señalado en el Génesis: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”); y, al faltarle el preciso conocimiento intelectual –de carácter superior-, no puede hacer otra cosa que vagar entre las sombras de un futuro que expectante ansía, en pos de tan fantasioso “progreso”.

L a caligrafía arábiga tuvo su origen como comunicación entre los hombres y Dios; y Dios quiso comunicarse con sus fieles escogiendo a un ho...