viernes, 30 de diciembre de 2016


Después del sábado, cuando esclarecía el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María vinieron a ver el sepulcro. Y, ¡atención!, había ocurrido un gran terremoto; porque el ángel del Señor había descendido del cielo, se había acercado y había hecho rodar la piedra, y estaba sentado sobre ella. Su apariencia exterior era como el relámpago; y su ropa, blanca como la nieve” (Mateo 28, 1-3).

Debemos comprender el secreto de la tumba vacía, pues se hace preciso que el Ángel retire la piedra a la entrada de la misma, para que el Cristo resucitado pueda aparecérsenos de entre las tinieblas. Curiosamente, es la relación participativa con el mismo, a modo de antesala del suceso, la que propicia dicho encuentro. María Magdalena y la otra María, cual doble dimensión del ser individual ante la correspondencia con su ángel, participan del amor hacia Aquel que se encuentra enterrado en las profundidades de la cueva, siendo así advertidas de la resurrección del que tanto ansiaban volver a ver. Será entonces cuando, en pos de la unión mística, el Amado se convertirá en un espejo que reflejará nuestro secreto semblante.

L a caligrafía arábiga tuvo su origen como comunicación entre los hombres y Dios; y Dios quiso comunicarse con sus fieles escogiendo a un ho...