viernes, 17 de mayo de 2019


"Dormía al lado de Hadîgah, cuando Gabriel me trajo una ropa de seda rebosante de letras y me dijo: '¡lee!'. Pregunté qué debía leer y entonces el ángel me apretó con la ropa de tal manera que creí morir. Me dejó ir y volvió a decirme tres veces más que leyera. Con miedo a que no volviera por cuarta vez, le pregunté nuevamente qué debía leer y me recitó: '¡Predica! En el nombre de tu Señor, que ha creado al hombre de sangre cuajada. ¡Predica! Tu Señor es el Generoso que ha enseñado el uso del cálamo y que ha enseñado al hombre que no sabía'*. Al despertarme, me pareció que aquellas palabras habían sido grabadas en mi corazón. Salí de la cueva y en dirección a la montaña oí una voz que me decía: "Muhammad, tú eres el Enviado de Dios y yo soy Gabriel'. Alcé la cabeza y vi un hombre con alas que apoyaba sus pies sobre el horizonte y decía: 'Muhammad, tú eres el Enviado de Dios y yo soy Gabriel'. Estuve inmóvil observándolo sin poder ir hacia atrás o hacia delante. Después, aparté la vista y, mirara hacia donde mirara, lo seguía viendo bajo el mismo aspecto" (Mahoma, 610 dC).

* Sura 96

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