viernes, 17 de mayo de 2019


"El niño, siendo humano, participa del mismo simbolismo y expresividad estética que sus padres; y, en segundo lugar, que la niñez es, no obstante, un estado provisional y no tiene, en general, el valor definitivo y representativo de la edad adulta. En el simbolismo metafísico, este carácter provisional expresa la relatividad: el niño es lo que 'viene después' de los padres, es el reflejo de Atmâ en Mâyâ, en algún grado y según el nivel ontológico o cosmológico considerado; o incluso es propia Mâyâ, si el adulto es Atmâ. Pero desde un punto de vista completamente distinto, y según la analogía inversa cuya clave nos ofrece el Sello de Salomón, el niño representa, por el contrario, lo que 'fue antes', a saber, lo simple, puro, inocente, primordial y cercano a la Esencia; y eso es lo que expresa su belleza. Ésta tiene todo el encanto de la promesa, de la esperanza y de la eclosión, al mismo tiempo que el de un Paraíso todavía no perdido; y combina la proximidad del Origen con la tensión hacia el Fin. Por eso, la niñez constituye un aspecto necesario del hombre completo, luego conforme a la intención divina: el hombre plenamente desarrollado conserva siempre, en equilibrio con la sabiduría, las cualidades de simplicidad y de frescor, de gratitud y de confianza, que poseía en la primavera de su vida" (Frithjof Schuon). 

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