domingo, 11 de agosto de 2019


Rememoro la lucha entre Jacob y el Ángel como aquel combate que debemos realizar entre nuestra alma caída y el Espíritu, a fin de poder así identificarnos con la pureza del alma elevada, objeto real de tan santa contienda, a la que todos debemos aspirar; de ahí que, una vez Jacob objetó soltar al Ángel hasta no ser bendecido por éste, su nombre cambiara por el de Israel (Ysra'el -Luchó Dios-).
Y es que el hombre no encontrará su felicidad en esta vida hasta depositarla plenamente en nuestro Señor. Jesús llegó a decir "Si uno no odia hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo", en relación a ésta nuestra alma caída, que debe ser purificada, poniéndola al servicio de Dios. Será entonces cuando el Espíritu será liberado -por Jacob y por nosotros-, otorgándonos a cambio su bendición. 

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