miércoles, 11 de septiembre de 2019


El ángel, cual mensajero de Dios, nos indica el camino a seguir. Su aparición nos sirve de antesala para adentrarnos con el debido respeto en la senda del auténtico devenir espiritual, al que debiera aspirar todo creyente en algún momento de su vida, auspiciando así poder elevar su propia alma. Y dicho sendero pasa por la inmanencia, ardua labor más que nunca hoy día.
Las visiones inspiradas del Beatus de Liebana nos recrean varias secuencias de ángeles junto a pasajes bíblicos, relacionadas con variados signos astrales. En esta secuencia, en particular, el último mundo cabalístico correspondiente al de la Acción o Asiyah, lo podemos observar reflejado en los cuatro signos fijos del zodiaco y que serían tauro (la tierra), escorpión (el agua), acuario (el aire) y leo (el fuego), puesto que este mundo físico se simboliza mediante los cuatro elementos tradicionales: la luz o fuego que representa la Emanación; el aire, que representa los procesos espirituales de la Creación; el agua, que representa el flujo de la Formación y la tierra, como el suelo firme de nuestra existencia.
Por otra parte, contemplamos un libro junto al cordero que debe ser inmolado (puesto que del cordero sacrificado sale la vida, una cosmogonía que conforma el mundo mediante el sacrificio, siendo Aries el signo del Cordero, fuego y Palabra), y una cruz símbolo del eje del mundo -como, por ejemplo, el Caduceo de Hermes-, todo ello relacionado con el cuaternario y nuevamente con los Evangelistas que escribieron dicho Libro (Verbo con el que da comienzo la vida).
A su vez, los cuatro zodiacos pueden relacionarse con los cuatro Evangelistas. Y, entonces, quedarían englobados igualmente en el interior del gran círculo los cuatro mundos de la Cábala, mientras el Ain sof quedaría por encima, siendo representada por la mandorla superior. La Creación, la formación del mundo y el retorno al origen, transcendencia e inmanencia (solve i coagula - observando a las figuras del interior del gran círculo con un matraz y una cítara que rememoran simbolicamente el solve i coagula-). Desde la transcendencia (forma simbolica de la mandorla, "vagina que crea nueva vida"), es como volvemos al mundo que previamente hemos transcendido, cúal bodhisatva mahayánico.
Observamos numéricamente doce ángeles o apóstoles, resultado de multiplicar los cuatro signos fijos zodiacales o los cuatro elementos o los cuatro Evangelistas o los cuatro Arcángeles por los tres estados de la materia (del Hinduismo satwa, tamas i rajas o estados espiritual, sutil y material o colores negro, blanco y rojo alquímicos). Los doce giran y suben, en un movimiento helicoidal ascendente/descendente; satwa arriba, rajas en medio y tamas abajo. Todo ello es la base de los estados superiores, inferiores del ser y el estado humano. 
Lo primero que debemos hacer es, imbuidos en la inmanencia, volver al centro, pasando por otros planos, los cuatro mundos en una ascensión hasta en tres ocasiones (Hermes trismegisto), para llegar al Hombre universal; una vuelta por los cuatro mundos para alcanzar el centro del ser humano, manifestación divina en nuestro interior y que podría relacionarse con el Solve alquímico. Para llegar al centro hay que recorrer ese sendero, cuál escalera de caracol por la que subir hasta llegar al centro. Fin del estado humano y fin de los misterios menores, para llegar al Hombre universal que nace entonces con los misterios mayores. 
Por todo ello, sintetizada la imagen del Beatus, contemplamos la Inmanencia o misterios menores (donde uno es el centro del mundo, cuál Hombre verdadero) y la Trascendencia o misterios mayores (donde uno es el hombre universal, Jesucristo con los cuatro arcángeles). 





sábado, 7 de septiembre de 2019


El principal arte islámico es la caligrafía. En un principio kúfica, originaria de la ciudad de Kufa, basó su trazo en recta y formas rectangulares y, más tarde, auspiciando otros estilos como el nasj, zúluz o farsí. Y es que, a partir del siglo XI, los sultanes creyeron oportuno respaldar dicho arte acompañado de imágenes, donde las letras debían guardar una proporcionalidad específica, en base al "punto cuadrado" (nuqtah) cual unidad ontológica. La tradición apunta que "todo el Corán está contenido en la Fâtiha y ésta en la basmalah, y la basmalah está contenida en ba y ésta en el punto que está debajo"; cual punto originador del primer trazo del Corán, cuyo origen sería el punto y su diámetro el alif, quedaría asi conformada la "primera letra" sobre el papel blanco (analogía éste de la esencia primordial que corresponde al alma purificada). Por otra parte, la divinidad quedaría manifestada en el trazo que se efectúa de arriba a abajo, donde el Cálamo, el papel y la tinta (debiendo ser de fabricación artesanal) serían la base para una Revelación que se supone intrínseca al viento que surca el interior de la caña hueca y da vida a los Versículos sagrados, símbolos de una realidad metafísica. En el Islam, la caligrafía pasa por ser una vía iniciática hacia la propia esencia del artista, bajo la tutela de un maestro (sheij) en primera instancia; pues, partiendo de un sólo versículo, pueden superponerse estilizadas letras cuyo resultado "esconde los signos de Dios"; y donde la "aleya" (Versículo del Corán) podría traducirse como "signo" ("les mostraremos Nuestros signos en los horizontes y en sus almas", Corán 41, 53).
Titus Buckhardt dijo que "el Islam se centra en la Unidad y ésta no puede expresarse a través de cualquier imágen"; así pues, cabrá recordar la similitud de la caligrafía islámica con las formas vegetales y unas curvas que recuerdan a las redes de sarmientos de una vid, cual hermeneútica de la naturaleza y simbolismo entre el Libro revelado y el Árbol de la Vida.


Por todo ello, cabría "sobrepasar" el significado literal del Versículo transmisor del Verbo divino, teniendo en cuenta que la Sura (que procede de la raíz s-w-r), deviene de la primera formal verbal de sawâra (que significa "sobrepasar algo").
En definitiva, hay un esoterismo islámico, donde las letras y los números se relacionan bajo el umbral de una cábala islámica, y donde la "ciencia de los hombres" ('il al-sîmîyâ) se encarga de estudiar el valor numérico de las letras (y las correspondientes propiedades ocultas) que componen las palabras, facilitando así un conocimiento real de las cosas nombradas. Y donde la "forma más bella" es sintomático atributo del Profeta (o del Hombre Perfecto), cual analogía entre el microcosmos y el macrocosmos.

"El padre es ensalzado" por quien es escogido por Dios. Será padre de las tribus de Israel y el Padre es ensalzado por Abraham.
La palabra perdida es el nombre de Dios, que está dentro de nosotros escindido (parte aquí y parte en el cielo). Hay que reunir el Tetragramaton. Cuando se logra, se encuentra la Piedra filosofal.

L a caligrafía arábiga tuvo su origen como comunicación entre los hombres y Dios; y Dios quiso comunicarse con sus fieles escogiendo a un ho...