domingo, 19 de julio de 2020



El halcón o gavilán, según Horapolo, simbolizaba la divinidad del dios Horus, unificador de las Dos Tierras, desplegando sus alas al viento y sobrepasando así a cualquier otra deidad. En la Biblia, Job ya lo citó por su capacidad de vuelo, además de simbólico de la sabiduría divina (Job 39:26).
Horus fue representado en el antiguo Egipto con cabeza de halcón o como sol con alas de halcón, velando por ritos y leyes en puertas de templos y palacios. Hijo de Osiris, fue escondido por su madre y puesto al cuidado de Thot, dios del viento, donde Horus encontró la debida protección hasta asumir la tarea de vengar la muerte a su padre a manos de Seth. Horus deviene el Ojo del Sol regio y primigenio que protege de la desintegración caótica, tras vencer a Seth y exiliarlo al desierto - o inframundo como chacal o cocodrilo, cuál fuerza primitiva desviada de su objetivo divino -.
René Guenon recordó que, en hebreo, Seth significa “fundamento” como sustantivo masculino pero, también, “tumulto y ruina”, como nombre femenino; así pues, el doble aspecto de creación y destrucción (como Shiva en el Hinduismo) es lo que debe pretender aunarse.
Ya Plutarco, en una clara alusión a Horus, indicó que existe una relación no visible entre las cosas del cielo y las del Hades (ieros en griego estaba relacionado con un Templo consagrado a los dioses y que estaría igualmente relacionado con el hueso sacro de nuestra columna vertebral). El tronco del Árbol es el Eje o escalera que une lo de arriba con lo de abajo y que hemos de recorrer con la ayuda de Thot -o Hermes griego, Dios de los caminos-. La columna vertebral, a su vez, se haya relacionada con el Árbol de la Vida que une cielo y tierra (el Sol y la serpiente) o Árbol del Bien y del Mal, que realmente sería el mismo árbol y cuyos frutos son solares (como las manzanas del Jardín de las Hespérides).
Según el Libro de los Muertos, Horus media entre nuestra alma y Osiris. Y es que el adepto ha de “sobrepasar” su propia finitud caótica y múltiple, y poder renacer así a una manifestación superior. Y ello ha de conducir a una purificación de nuestra alma, aislándola de todo aquello ajeno a su naturaleza, dejando de lado la corrupción y sus impurezas, destruyendo toda inmundicia u obstáculo a nuestra pureza divina (como otrora pregonaran las purificaciones osiríacas) y, así como en el cielo hay halcones y en la tierra hay serpientes, lo terrenal y sobrenatural veamos aunar debidamente al reintegrar a los opuestos (símbolo del Caduceo de Hermes).
La inmortalidad que nos sugiere Horus, definida en el Ave Fénix, tendría un doble acopio simbólico en la copa del Árbol de la Vida ( “la luz de Horus, el hijo de Osiris, es verde”), pero también en el simbolismo de la serpiente (que regenera su piel como el Dragón que protege el tesoro con su propia sangre -tesoro que tiene en sí la vida-) que curiosamente también habita las raíces de ese mismo Árbol. Cabría recordar la leyenda de San Jorge y el Dragón, donde el héroe ha de matar a la bestia que dormita en la cueva para verter una sangre que deviene rosa mística (máxima Rosacruz) o llave que da acceso a la estancia donde se encuentra la doncella o el tesoro.
Y ese tesoro de inmortalidad deviene tras enterrar (en la tierra donde se halla la serpiente) o incinerar (cuál Ave Fénix) a nuestro ego (estando ambos ejemplos relacionados con la materia del Arte Sacerdotal o alquimia operativa de las Vías Seca y Húmeda, obteniéndose el Cuerpo de Resurrección - llamado también Cuerpo de Luz o Flor de Oro -, mediante el polvo de proyección, a su vez obtenido mediante la Piedra Filosofal). 
Horus, quien habla el “lenguaje de los pájaros” aleccionado por Thot, según el Libro de los Muertos es quien acompaña a Anubis en la Sala del Juicio como Psicopompo, junto a la balanza que pesará nuestro corazón. Aquí, el avizor ojo de Horus será el de la contemplación, tercer ojo del que puede decirse “el ojo con el que veo a Dios es el mismo con el que Dios me ve a mí”.



Aaron, el Joven fue un rabino del S.XIV que recogió la obra de Abn Issa Ispahan, exponiéndola en su libro “El árbol de la vida” (1346). Integrante del movimiento caraita, indicó la necesidad de abandonar los ritos tradicionales judíos, con el fin de encontrar un nuevo valor al Judaísmo, en detrimento de las enseñanzas talmúdicas.



Aaru era una campiña de ofrendas o bendiciones (también llamada de Iaru, Aalu, Yaar o Yalu) situada junto al río Aar, cercada por una muralla de hierro y franqueada por varias puertas, que los Textos de las Pirámides situaban en la región del norte (donde se hallarían las estrellas circumpolares), hogar de las almas elegidas. Literalmente, indica el Papiro 729 c-e “Pon tu morada en la Campiña de las Ofrendas, entre las estrellas imperecederas”, cual campo eternamente fértil –o de juncos-, donde Osiris residiría; también denominado “Campo de Ofrendas” (Sejet Hetep en egipcio antiguo), también habría sido morada de Ra Hor-Ajti, Set u otros dioses. A través de Aaru, sólo podían transitar aquellos espíritus cuyos actos en su vida terrenal pesaran lo mismo que el Maat (la pluma representativa de la justicia cósmica), debiendo entonces asumir numerosas pruebas a través de los conocimientos -y palabras mágicas, registradas en el Libro de los muertos- adquiridos en vida, así como la ayuda de los parientes aún vivos; por ello, se aseguraba al difunto la conservación de su cadáver para que volviera a utilizarlo su “Ka” como morada, así como se le suministraba alimentos y bebida, rezos y sacrificios para su sustento y salvación, respectivamente. E, igualmente, se le inscribían rollos de papiro con capítulos del Libro de los muertos entre los vendajes de su momia, para preservar su recuerdo.



Aaron fue el hermano de Moisés y Miriam. Su figura estaría relacionada con el plano de la mente, pues Aarón permitió construir el becerro de oro (Ex 24,14), al igual que la mente puede instruirse en lo material, al abandonar la perspectiva espiritual; en cambio, Moisés representaría la mente abstracta, alejada del pensamiento racional e incapaz de trasmitir las verdades más profundas. Quizás por ello fuese Aaron quien expresaba fonéticamente la voluntad de Dios (Ex 32,24). Igualmente, Aaron utilizó una vara de almendro que floreció milagrosamente en el Sinaí. Dicha vara podría relacionarse con la columna vertebral y la fuerza vital que, siendo dirigida adecuadamente (“en el desierto”, cuando la persona se aísla del mundo), hace ascender la fuerza vital divina.




La letra A es la primera del alfabeto griego y latino –así como de muchos modernos-. Igualmente, es la primera letra del vocablo sánscrito Aum (Om). Los alquimistas designan con “a” a la Piedra filosofal; y la doble “aa”, designaría a dos – o más – elementos que entrarían en una amalgama en igual proporción. En Cábala, es la unidad colectiva, y Aleph posee un valor numérico equivalente a la unidad. Para el cristianismo, alfa era la letra que simbolizaba la perfección, principio de todas las cosas. Según el Apocalipsis de San Juan: “Yo soy alfa y omega, el principio y el fin” e igualmente relacionado con el Cristo. En el Islam, el primer Nombre divino es Allah.

L a caligrafía arábiga tuvo su origen como comunicación entre los hombres y Dios; y Dios quiso comunicarse con sus fieles escogiendo a un ho...