lunes, 10 de agosto de 2020

 

Abdelkader nació en Orania –centro de Sudáfrica- en 1807, y fallece 1883 en Damasco. Hijo de jefe espiritual de la cofradía sufí de la Qa-diriyya, acabó siendo jefe militar de la resistencia argelina contra Francia, hasta su rendición en 1847. Tras pasar por la prisión, acabó exiliado en Damasco, consagrando su vida a la metafísica. Siendo considerado en vida cual heredero de Ibn ‘Arabî (de hecho,  a su llegada a Damasco, se instaló en la misma casa en la que viviera seis siglos antes Ibn ‘Arabî), se dedicó a enseñar diferentes doctrinas y comentar ‘Las iluminaciones de la Meca’ de Ibn ‘Arabî, así como el Corán y el Hadith. Una parte de dichas enseñanzas se encuentra recogida en el Kitab al-mawaqif (el Libro de las paradas –o los estados-). Abdelkader fue iniciado al menos en tres cofradías: la Qadiriyya en Argelia, la Naqshbandiyya y la Shadhiliyya, logrando un gran conocimiento de la mística musulmana. Llegó a sostener, en la línea de su antecesor, que las criaturas son epifanías de Dios (lo que implicaría que Dios necesitaría de sus criaturas para manifestarse).

“No dejo de estar, a propósito de mí mismo, inmerso en la locura y la admiración. En mí está toda la espera y la esperanza de los hombres. Para quien lo quiera en el Corán. Para quien lo quiera en el Libro discriminador. Para quien lo quiera en la Torah. Para otro en el Evangelio. Para quien lo quiera en la mezquita en la que ora a su Señor. Para quien lo quiera en la sinagoga. Para quien lo quiera en la campana y en el crucifijo. Para quien lo quiera en la Kaaba cuya piedra besa piadosamente. Para quien lo quiera en las imágenes. Para quien lo quiera en los ídolos. Para quien lo quiera en la vida retirada y en solitario. Para quien lo quiera en el merendero en el que se bromea con las queridas… ¡Ay! si me viniese a buscar aquel que quiere conocer el camino; y si los cristianos y los musulmanes me escuchasen, haría cesar su antagonismo y se convertirían en hermanos tanto en el exterior como en el interior”.

jueves, 6 de agosto de 2020


"El individuo sin conocer su verdadera ubicación general, encontrará que se halla agobiado e insatisfecho. Cuando uno conoce su contexto global, puede ir analizando su éxito. Para estudiar un objeto es necesario prestar atención al lugar que ocupa en la estructura general. Al tomar en cuenta la existencia como un conjunto que incluye lo detectado mediante nuestros sentidos o concebido con nuestras mentes, se distingue que no todas las cosas pertenecen al mismo nivel. Para comprender la verdadera naturaleza de cada cosa, uno debe reconocer estas diferencias. Cuando se examina algo, se debe determinar primeramente si es un todo o una parte. Si es una parte, se debe emprender la búsqueda general; si es una causa, identificarse su efecto; si es un efecto, su causa. Si el concepto es limitado, se deben ubicar sus límites. Los elementos que pueden parecer superfluos no deben ser ignorados, sino cuidadosamente considerados, tal como enseñan los sabios. Este libro es una base de los conceptos teológicos generales que se encuentran en el Talmud.

“El Camino de Dios” (Derej HaShem) es el camino revelado a sus profetas y su Torah por parte de Dios.

Dios creó y continúa creando todo lo existente. Lo único que conocemos de Él es su perfección. Por la tradición legada por patriarcas y profetas, Israel lo aprendió de la revelación del Sinaí, hasta el día de hoy. Dios es imposible que deje de existir.

El alma humana tiene muchos poderes como la voluntad, la imaginación, la memoria, teniendo cada uno sus dominios. Mas en Dios estas funciones no están diferenciadas. Él tiene voluntad, es sabio y es capaz. No obstante, su verdadera existencia es una unidad; es decir, todo perfección. En virtud de su naturaleza, es imposible que su esencia no incluya toda perfección. Sin embargo, aceptando que la verdadera naturaleza de Dios no puede ser aprehendida, la existencia y su esencia no pueden ser compatibles y, por lo tanto, no se puede establecer paralelismo entre ellas. Sólo un Ser debe existir con esta esencia perfecta y, por lo tanto, todas las demás cosas Él tiene la voluntad de que existan, dependiendo de Él y no teniendo una existencia intrínseca.

Aun cuando las cosas creadas no pueden emular la perfección de Dios en sí mismas, el hecho de que puedan apegarse a Él, les permite tomar contacto con dicha perfección. Para asemejarse parcialmente a Dios, es al menos necesario que esa criatura gane la perfección que su esencia no le ofrece y evite los defectos de su naturaleza.

Dios decretó en la creación perfección y defecto. Creó a la criatura para ganar perfección y evitar el defecto. Esta criatura se encuentra entre la perfección y la deficiencia, producto de la iluminación y la ocultación.

La criatura destinada a apegarse a Él, está llamada a ser lo principal de toda la creación. Todo lo demás es simplemente un apoyo para lograr dicha meta. Los elementos de perfección son sus poderes intelectuales y características. Las cosas materiales y malas características, los elementos de deficiencia.

El hombre es la criatura creada con el propósito de apegarse a Dios. No obstante, el hombre debe ganar esta perfección a través de sus elección y voluntad.

Por eso, que esto fuera librado a su elección, sus inclinaciones entre el bien y el mal, y no esté obligado a ninguna de ellas. Por esto, el hombre fue creado con ambos instintos: el bueno (Ietzer Tov) y el malo (Ietzer Ra), teniendo el poder de inclinarse en cualquier dirección.

El hombre estaría constituido por dos opuestos. Su alma pura espiritual y su cuerpo oscuro material. Cada componente tiene tendencia a su propia naturaleza, inclinándose el cuerpo hacia lo material y el alma hacia lo espiritual. Y ambos están en constante lucha. Si prevalece el alma se eleva el cuerpo también y, consecuentemente, alcanza el destino de su perfección. Si, por el contrario, deja que lo material prevalezca, humilla su alma, inmerecedor de la perfección, y Dios lo rechaza.

Dios decretó dos períodos distintos: uno de trabajo y el otro para recibir nuestra recompensa. Nada debería existir que otorgue una inapropiada ventaja a lo material ni tampoco a lo espiritual. El verdadero propósito para el hombre adquiera la perfección a través de su esfuerzo.

En el período de recompensa es conveniente que impere sólo el alma y que lo material quede totalmente subordinado a ella. Por esa razón fueron creados dos mundos: este mundo (Olam Hazé) y el Venidero (Olam Habá).

El género humano ha sido radicalmente modificado como resultado del pecado del primer hombre, transformando muchos detalles y teniendo muchos efectos. El alma tiene la función esencial de purificar el cuerpo y elevarlo paulatinamente. El primer hombre, cuando pecó, motivó así las carencias actuales, de tal manera que se volvió más difícil obtener la corrección de lo que era anteriormente. Al principio fue muy fácil para el hombre conseguir perfección; pero, cuando pecó, provocó el mayor oscurecimiento de la perfección. El hombre se convirtió en la causa del mal que existía en él, resultándole cada vez más difícil obtener la perfección.

El hombre debe regresar a la situación previa al primer pecado. A partir de entonces podrá elevarse de ese estado al nivel de perfección. Actualmente, el hombre y el mundo, habiendo aumentado el mal, deben atravesar una etapa de pérdida. El hombre debe morir y todo lo corrupto ser destruido. El alma no puede purificar al cuerpo hasta que muera y se deteriore, y vuelva a surgir una nueva estructura en la cual pueda entrar el alma y purificarla. Ésta es la idea de la Resurrección de los Muertos.

Análogamente, el mundo entero deberá ser destruido y luego volverá a ser renovado.

El cuerpo y el alma deberán permanecer separados hasta que llegue el momento en que vuelvan a reunirse. El cuerpo retornará, descomponiéndose (“Tierra eres y a la tierra volverás” –Génesis 3:19).

Un alma meritoria sólo deberá esperar lo que habrá de ocurrir con el cuerpo. El cuerpo finalmente será restituido de manera que el alma pueda regresar a él. Por eso, Dios preparó el Mundo de las Almas, donde las almas puras permanecen en estado de sosiego mientras el cuerpo padece. Durante este período, el alma experimenta un sublime deleite. Pero la verdadera perfección será obtenida al reunirse después de la resurrección.

El mundo de las almas influirá a favor del cuerpo posteriormente, durante la resurrección.

El hombre podría alcanzar la perfección después de la muerte, dependiendo de las acciones que hubiera realizado cuando estaba vivo. En este mundo, el único tiempo para adquirir la perfección es antes de la muerte. El cuerpo, durante su vida física, no puede ser debidamente purificado por el alma. El alma fue creada con el propósito de purificar el cuerpo, todo y que cada entidad pierda perfección incumpliendo su cometido. El alma, al entrar en un cuerpo pasajero, podría purificar dicho cuerpo hasta el punto que éste ya no podría ser considerado dentro del género humano; sin embargo, Dios lo impide por decreto, limitando su poder al quedar prisionera hasta el grado requerido por el plan superior.

Según el alma continúe realizando buenas acciones, debería resplandecer, purificando así su cuerpo. Pero, el mismo decreto la mantiene atrás, hasta que llegue al Mundo de las Almas. Cuando el alma se una con el cuerpo tras la resurrección, ya no volverá a estar restringida, experimentando el cuerpo una gran purificación.

Cuando nacemos, lo material domina en el hombre, siendo muy grande su influencia. A medida que la persona va creciendo, su mente se fortalecerá solamente si lo hace con sabiduría, esforzándose en superar su naturaleza física y manteniendo sus deseos refrenados, para obedecer al intelecto.

Lo material se ubica en el polo opuesto de todo aquello que nos acercaría a la santidad divina. Aunque el alma es intrínsecamente pura, tan pronto como entra en el cuerpo físico, se ve divorciada de su verdadera naturaleza, siendo sometida por una fuerza que la reprime.

Cuerpo y alma, aun cuando se distancian con la muerte, se trata de una separación temporal hasta la resurrección. El alma debe trabajar para debilitar el poder oscuro de lo material; el cuerpo, entonces, podrá comenzar a elevarse junto con el alma. Exactamente lo contrario a la condición humana actual, donde el alma es deprimida por el cuerpo. El hombre debe hacer todos los esfuerzos para fortalecer su alma contra lo material.

A causa de su composición, el hombre se ve obligado a involucrarse con mundanas ocupaciones, siéndole imposible vivir sin comer o beber o tener propiedades para sustraerse de sus necesidades. Así obligado a atender lo material, necesitará desarrollar una inmensa lucha si quiere elevarse.

Dios ordenó las cosas para que el hombre pudiera obtener la elevación a través de sus actividades mundanas, pues en virtud de su gran bajeza puede lograrse una mayor luminosidad. Cuando transforma oscuridad en luminosidad, puede entonces obtener gloria sin par. Cuando el hombre obedece a las limitaciones ordenadas por el Creador, sus actividades se convierten en actos de perfección.

Si no fuera porque el hombre ha de morir por decreto, el alma podría iluminarse completamente y purificar su cuerpo en vida. A causa del decreto, esto no puede realizarse en una sola fase. De todos modos, el alma es fortalecida con estas observancias y el cuerpo purificado, aunque esa potencial purificación no pueda llevarse al acto más que a su debido tiempo.

El hombre debe entender que no fue creado sino para apegarse a su Creador, conquistar su mal instinto y oponerse a su deseo físico y sus inclinaciones. El uso del mundo por el hombre no debe incluir nada prohibido por Dios, no satisfaciendo sus inclinaciones materiales o deseos superfluos meramente. El hombre puede obtener una verdadera excelencia, cumpliendo todos los preceptos, cuyo verdadero objetivo es ahuyentar el pecado, meditando la grandes de Dios y su profunda pequeñez, debiendo sobrecogerse. El amor y el temor a Dios son poderosos medios para purificar la oscuridad de la materia. Así como el estudio de la Torah, a través de su comprensión. Y es que las palabras de la Torah tienen la propiedad singular de causar perfección en aquellos lectores imbuidos por la santidad y la pureza. Con su estudio pueden alcanzarse secretos y misterios contenidos en ella, integrando un cierto grado de los más altos niveles de la perfección en su alma.

La medida de la perfección es relativa a la cantidad de luz que reciba. Ocurre lo contrario cuando Su Luz es escondida. Y es que no es a Dios debida dicha privación, sino al propio individuo, puesto que cada acto pecaminoso lo aleja de Dios" (Moshé Jaim Luzzato).


domingo, 2 de agosto de 2020


El abandono de los cuatro apegos es el nombre de un célebre consejo de práctica del Budismo de la escuela Sakyapa, que Satchen Künga Nyingpo recibió directamente de una visión de Mañjuśrī, a principios del siglo XII: “si estás atado a esta vida, no eres un practicante espiritual; si estás atado al samsâra, no has hecho ninguna renuncia; si estás atado a tus intereses personales, no tienes el espíritu de Despertar; si todavía te aferras a las cosas, no tienes la Visión”. Este consejo sirve como recordatorio cotidiano de la práctica justa, como estímulo para renunciar a los apegos mundanos que constituyen un obstáculo para la vía espiritual.


                                          

En el libro de Esther (1,10) se cita al eunuco Abagta junto a otros seis, con el fin de conducir a la reina Vasti ante la presencia del rey Asuero, lo que nos indicaría que estos siete eunucos habrían simbólicamente sido los centros espiritualizados del cuerpo del rey, con la facultad de mediar con su fuerza vital. Posiblemente, relacionado con el Árbol de la Vida de la Cábala, vinculándose a las siete sefirot por debajo de Atsilut o Mundo de la Emanación.




Ab es el quinto mes religioso judío (entre julio y agosto), en cuyo noveno día se celebra el ayuno y luto nacional, conmemorándose las dos destrucciones del Templo de Jerusalén (586 aC y 70 dC).


L a caligrafía arábiga tuvo su origen como comunicación entre los hombres y Dios; y Dios quiso comunicarse con sus fieles escogiendo a un ho...