"Y el Logos se hizo carne y habitó entre nosotros" (Juan 1:14).
Al principio hubo un "Fuego" al que debemos religarnos. Ese fuego lo podemos relacionar, simbólicamente, con el Espíritu Santo. Es cuestión de volver a conectarnos con su Luz, cuyo fulgor el hombre transforma en su simiente, pasándonos desapercibido dicho milagro (del cuál, Miguel Ángel nos hizo un guiño en su obra de la Capilla Sixtina). Y dicha Luz, el adepto debe entronizar con la figura del Ángel caído, en primera instancia, pues debe pasar por el Infierno donde reina Lucifer, antes de ascender al Paraíso.