“Un grosero error es creer que el alma abandona el cuerpo con el último soplo. Ella es enteramente carne, pues la materia es una modalidad del espíritu bajo la dependencia de una chispa más sutil... Un cadáver, rígido y helado, no está de ningún modo muerto en sentido absoluto. Una vida intensa, pero felizmente inconsciente, continúa en la tumba; este horrible, más o menos largo combate, es el Purgatorio de las Religiones, que la materia, destilada, sublimada, transmutada y evaporada se eleva en el plano amorfo, que tiene sus grados desde el aire hasta la luz y el fuego de donde toda emana de nuevo” (Jacob Sulat, Mutus Liber).
Homero mencionó a la Siria primitiva (cual "tierra solar" donde se hablaría la lengua siríaca o adámica), situándola allende Ogigia (lo que nos permitiría asociarla con la Thulê hiperbórea), isla en la que pasó prisionero Odiseo/Ulises siete años de su vida, en manos de la ninfa Calipso. Plutarco escribiría también sobre la isla de Ogigia, indicando que allí el sol era visible veinticuatro horas, pues disfrutaba de días más largos...
miércoles, 18 de mayo de 2022
sábado, 7 de mayo de 2022
De regreso a la capital de la Antigua Castilla,
tras media vida en la Ciudad Condal, transité nuevamente entre su Catedral, sus
murallas medievales o sus iglesias y monasterios, y casualmente descubriendo un fascinante lugar donde encontré bellas copias de antiguos manuscritos, entre los que
destacaba un original y misterioso códice de 600 años, llamado el Manuscrito Voynich.
Atendido por el amable delegado de la editorial encargada de su impresión y posterior
difusión, tuve la oportunidad de recrear mentalmente una secuencia parecida a
la de Guillermo de Baskerville en la novela “el Nombre de la Rosa”
(curiosamente, de la mano del hermano benedictino Jorge de Burgos). Y entre aquellos
libros elaborados tan esmerada y cuidadosamente, con sus trabajadas miniaturas,
páginas y encuadernaciones, rememoré finalmente un famoso libro también
medieval, con el que posteriormente se reveló enigmática también la vida de su
propietario en el Paris del S. XIV, Nicolás Flamel. Si ya en vida fue famoso por
las donaciones que hizo a su vecindario más humilde, la leyenda de que su riqueza
pudiera haber tenido su origen mediante el arte de la Alquimia, dicha creencia
fue extendiéndose más allá en los siglos venideros, tras adjudicársele la
autoría de una serie de tratados alquímicos, siendo el más
famoso el Libro de Abraham, el judío o de las Figuras Jeroglíficas
(Le Livre des figures hiéroglyphiques).
“Yo, Nicolás Flamel, escritor, después de la
muerte de mis padres ganaba mi vida en nuestro Arte de la Escritura, haciendo
inventarios, llevando cuentas y anotando los gastos de tutores y menores,
cuando cayó en mis manos, por la suma de dos florines, un libro dorado muy
viejo y muy ancho; no era de papel ni de pergamino, como los otros, sino que
estaba hecho como de cortezas (me pareció a mí) de tiernos arbolillos. Su
cubierta era de cobre bien pulido , toda grabada en caracteres y figuras
extrañas ; en cuanto a mí , creo que bien podrían ser caracteres griegos o de otra lengua antigua parecida. Contenía
tres veces siete cuadernillos, de los cuales el séptimo estaba sin escritura;
en lugar de la cual aparecía una verga pintada y unas serpientes enroscadas a
ella; en el segundo séptimo, una cruz en la que se veía una serpiente
crucificada; en el último séptimo, estaban pintados unos frutos, entre los
cuales había bellas fuentes de las que salían serpientes que corrían de acá
para allá .En el primero de los cuadernillos estaba escrito en gruesas letras
capitales y doradas "Abraham, el
Judío, príncipe , sacerdote levita, astrólogo y filósofo, a las gentes judías ,
por la ira de Dios, dispersas en las Galias , dedico este libro". Después
de esto habrá escritas unas grandes execraciones y maldiciones contra toda persona que pusiera los ojos
sobre él si no era sacrificador o escriba".
De entrada, vemos aquí expuesta la conjunción
cabalo-hermética-alquímica, en las escuetas referencias hechas. Las tres obras
se rigen por siete sublimaciones (la blanca, la roja y las posteriores
multiplicaciones, quedando excluida la negra, al no ser siete sus partes).
Siete por tres son veintiuno que, curiosamente, es el número de Arcanos del Tarot y, también la suma de un dado, cuya
forma cúbica se hace preciado eco de aquella piedra cúbica perfecta de la
Masonería, en referencia al Centro de este mundo y al Hombre verdadero ligado a
los Misterios menores. "Tres tablas llevaron el Grial, una tabla redonda, una tabla cuadrada y una tabla rectangular. Las tres tienen la misma superficie y su Número es el 21", releo en 'El Enigma de la Catedral de Chartres'.
El siete se correspondería igualmente con el Hombre
Universal, relacionado con los Misterios mayores, representación geométrica del
septenario siendo el cuadrado la base de un triángulo, en cuanto éste es la
suma del ternario y él cuaternario: 3+4=7 (aquí formado por la unión de un
ternario superior y un cuaternario inferior), lo cual rememora el simbolismo
pitagórico de la Tetraktys.
Que las tapas del libro en cuestión fueran de
corteza, puede recordar al Quercus coccifera (roble kermes) que, además de ser un
árbol, en Alquímia es el Kermés mineral, un oxisulfuro de antinomio moniclínico,
también denominado el Mercurio de los Filósofos. Y cabría recordar que Mercurio
es Hermes, apodado Trimegisto. En lenguaje alquímico, su arte rige los tres
reinos que se corresponderían con el azufre, el mercurio y la sal; las tres
partes contenidas en la piedra, llamada Mercurio de los Filósofos. Y es que
Hermes Trimegisto se refiere alquímicamente a la substancia de la Obra o “primera
materia”.
En nuestras manos recae el deber de la regeneración de este mundo caído, a fin de buscar entre la oscuridad propia, aquel resto de luz que pueda regenerarlo. Y Hermes es el dios de la Palabra, siendo el neoplatonismo alejandrino, quien le agregó a la palabra el don de la revelación, haciendo de Hermes una deidad reveladora de la palabra y, por ende como Thot, inventor de la escritura. Y finalmente llegamos a la “letra”, en griego “grama” que significa “carácter grabado” (“la letra mata, más el espíritu vivifica”, Epístola 2ª S.Pablo a Corintios 3,6). Debemos prestarnos entonces, en ese deber de reunificación del Cielo y la Tierra, a conjuntar, a religar Letra y Espíritu.
Visionar una obra de arte, repleta de
simbolismos y alegorías, como las que recientemente encontré entre facsímiles
de antiguos tratados alquímicos, espagíricos o Libros de Horas, siempre es un placer
análogo a aquel de encontrar un oasis en medio del desierto.
L a caligrafía arábiga tuvo su origen como comunicación entre los hombres y Dios; y Dios quiso comunicarse con sus fieles escogiendo a un ho...

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