domingo, 7 de agosto de 2022

 

La palabra Cábala significa Tradición, en tanto Transmisión como Recepción, y se le supone una ascendencia, más allá de la judía, de origen caldeo y egipcio. De hecho, se le presupone realmente ser atemporal, mítica o, simplemente, espiritual. Expresión de la Tradición Primordial, su simbología se hace eco de otras y en otras tradiciones religiosas (de hecho, el hombre es el intermediario arquetípico del Verbo divino).

El Sefer Yetsirah, del S.X, es fundamental en la Cábala (Sefer quiere decir nombrar o numerar; y Yetsirah, Formación), al igual que el Bahir, del S.XI., aunque el Zohar sea considerado el libro más importante de la Cábala.

Todo y que la Cábala que hoy conocemos provenga de la zona francesa de Languedoc y el norte de Catalunya, allá por los S.XI-XII., los cabalistas asumen haberla recibido por mediación de Moisés en el Monte Sinaí, siendo las Tablas de la Ley, en todo caso, una serie de mandamientos exotéricos. Por ello, el cabalista hace de toda su cotidianidad un contínuo ritual o acto de fe.

La Presencia Divina de la Shekinah es la síntesis de la Cábala que, como transmisión destinada a “rescatarnos” de la dualidad de este mundo simplemente material, nos impelería a “trasladarnos” hacia la unidad esencial de nuestra pureza interior.

La Cábala nos proporciona un esquema de cuatro planos denominados Atsilut, Beriyah, Yetsirah y Asiyah o mundos de la Emanación, Creación, Formación y Acción.; y diez sefirot que conforman el diagrama del Árbol de la Vida o recorrido del alma sobre el que trabaja el cabalista; y el camino que éste recorre por los distintos planos, le permite un conocimiento de su propia Identidad, descubriendo así una realidad metafísica que transformará a un ser caído en otro plenamente realizado.

Isaac Luria elaboró la teoría del Tsim Tsum, según la cual una contracción en el seno del En Sof, por la que Dios se retiró de sí mismo para dejar adrede dicho vacío, originarían las diez potencias o sefirot que luego darían lugar al Árbol de la Vida. La idea del desmembramiento del Adam Kadmon u Hombre Primordial está vinculado con el origen de la Manifestación ya presente en egipcios y caldeos (a su vez, herederos de los atlantes que, según Platón, fueron descendientes de la Tradición Primordial).

La sefirah Maljut en el plano material de Asiyah tiene por encima tres planos invisibles, siendo Yetsirah sutil formal, Beriyah sutil informal y Atsilut el conjunto de los arquetipos. Hay unos sefirots colocados en dos columnas opuestas, relacionadas con el Rigor y la Misericordia, y en una tercera columna central conocida como la Justicia que complementa las dos anteriores. Por encima, el En Sof o misterio insondable sin fin, que se le relaciona con el Adam Kadmon o estado de pura potencia, del que seríamos simples imágenes. El Adam Kadmon es una condensación de lo creado y lo increado, que estuvo hecho de la tierra adámica (adamah) animada, por el soplo de Yahvé, a su imagen y semejanza. Desde la trascendencia de Kether hasta la inmanente Maljut, las diferentes energías espirituales se derraman por los diferentes planos hasta sintetizar la totalidad del universo.

En la Cábala, cada letra hebrea corresponde con un número, siendo el de Yahvé “Iod, He, Vau, He” (que se presta análogamente a reflejar los cuatro mundos del Árbol de la Vida), cuyo valor numérico es veintiséis; de lo que se deduce que cualquier palabra que sume ese valor, estará emparentada con la misma divinidad. Porque cada sefirah es un nombre divino, atributo o categoría divina de Dios, los arcángeles o los ángeles presente entre la divinidad y la humanidad.

Todo ello constituye una verdadera arte combinatoria dividida en la gematria, notarikon y temurah, ritual de labores mediante el trazado de símbolos, ejercicios codificados numéricamente, posterior meditación de las diferentes asociaciones, intentando así conjugar lo vertical y lo horizontal, a ser posible todo ello combinado con una ascesis que descarte lo prescindible de lo imprescindible. Debemos conceder una importancia capital a lo más elevado, que confiere un halo de sacralidad a nuestra cotidianidad desde una perspectiva de sacrificio (sacrum facere), con la que poder reconstruir nuestra integridad perdida o difusa.

El Árbol de la Vida es equiparable al Denario de Pitágoras o al Caduceo de Hermes.


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