“Dios instruyó a los hombres en sueños. Leemos en Job: ‘Por
un sueño, en la visión de la noche, cuando el sueño rinde a los hombres y estos
duermen en su lecho, entonces Dios les abre los oídos y, por su enseñanza, les
instruye de su Ley’. Es pues legítimo utilizar la adivinación por los sueños.
José interpretó los sueños del escanciador del Faraón, de su Batero mayor y del
propio Faraón; Daniel, el sueño del rey de Babilonia…Ahora bien, los sueños
tienen una significación relativa al porvenir. Sin embargo, el Deuteronomio
prescribe: ‘Que nadie de entre vosotros observe los sueños’.
Conclusión: A veces, los sueños son la causa de lo que nos
sucede a continuación de preocuparse el espíritu por lo que se ha visto en ellos,
inclinándonos a hacer o a evitar tal cosa. Pero ocurre también que son su
señal, que explica el sueño y el acontecimiento.
Debemos, pues, examinar de qué dependen los sueños y si esta
causa puede producir los acontecimientos futuros o conocerlos. Los sueños
pueden depender de causas internas o externas; las primeras pueden ser
psíquicas o fisiológicas, correspondiendo a la primera clase, la imaginación de
aquello que retiene nuestro pensamiento en estado de vigilia y cuya causa no
puede tener influencia en acontecimientos posteriores. Y en relación a las
fisiológicas, las disposiciones del cuerpo pueden igualmente producir movimientos
de la imaginación –por lo que los médicos prestan atención a los sueños para
diagnosticar el estado interior del paciente-.
En cuanto a las causas externas, encontramos las
corporales y espirituales; las primeras se hallan relacionadas con la imaginación
del hombre dormido, pudiendo ser impresionado por la influencia de los cuerpos
celestes. Mientras que las causas espirituales, Dios las otorga a través del
ministerio de los ángeles, haciendo a los hombres ciertas revelaciones…’Si hay
entre vosotros un profeta del Señor, me apareceré a él en visión, o le hablaré
por medio de un sueño (Números). Pero otras veces, son demonios quienes actúan,
a causa de pactos prohibidos” (Santo Tomás de Aquino).