Dijo Nicolás Flamel que vio primero en sus sueños al judío Abraham y que, tras reconocerlo, luego adquiriría de él mismo, un voluminoso libro de tapas doradas por la suma de dos florines. Compuesto de
veintiuna páginas hechas de corteza de árbol, constaba de tres partes cuyos
encabezamientos venían precedidos en sus correspondientes grabados por las
figura de un miembro viril y varias serpientes engulléndose entre ellas, una
serpiente crucificada en la cruz y un desierto de cuyo centro surgían, entre
manantiales, otras numerosas serpientes.
Este
libro hablaría de las tres fases de la obra alquímica y del agente oculto que
habría que extraer, el disolvente universal.
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