El halcón o gavilán, según Horapolo,
simbolizaba la divinidad del dios Horus, unificador de las Dos Tierras,
desplegando sus alas al viento y sobrepasando así a cualquier otra deidad. En
la Biblia, Job ya lo citó por su capacidad de vuelo, además de simbólico de la
sabiduría divina (Job 39:26).
Horus fue representado en el antiguo Egipto
con cabeza de halcón o como sol con alas de halcón, velando por ritos y leyes
en puertas de templos y palacios. Hijo de Osiris, fue escondido por su madre y
puesto al cuidado de Thot, dios del viento, donde Horus encontró la debida
protección hasta asumir la tarea de vengar la muerte a su padre a manos de
Seth. Horus deviene el Ojo del Sol regio y primigenio que protege de la
desintegración caótica, tras vencer a Seth y exiliarlo al desierto - o
inframundo como chacal o cocodrilo, cuál fuerza primitiva desviada de su
objetivo divino -.
René Guenon recordó que, en hebreo, Seth
significa “fundamento” como sustantivo masculino pero, también, “tumulto y
ruina”, como nombre femenino; así pues, el doble aspecto de creación y
destrucción (como Shiva en el Hinduismo) es lo que debe pretender aunarse.
Ya Plutarco, en una clara alusión a Horus,
indicó que existe una relación no visible entre las cosas del cielo y las del
Hades (ieros en griego estaba relacionado con un Templo consagrado a los dioses
y que estaría igualmente relacionado con el hueso sacro de nuestra columna
vertebral). El tronco del Árbol es el Eje o escalera que une lo de arriba con
lo de abajo y que hemos de recorrer con la ayuda de Thot -o Hermes griego, Dios
de los caminos-. La columna vertebral, a su vez, se haya relacionada con el Árbol
de la Vida que une cielo y tierra (el Sol y la serpiente) o Árbol del Bien y
del Mal, que realmente sería el mismo árbol y cuyos frutos son solares (como
las manzanas del Jardín de las Hespérides).
Según el Libro de los Muertos, Horus media entre
nuestra alma y Osiris. Y es que el adepto ha de “sobrepasar” su propia finitud
caótica y múltiple, y poder renacer así a una manifestación superior. Y ello ha
de conducir a una purificación de nuestra alma, aislándola de todo aquello
ajeno a su naturaleza, dejando de lado la corrupción y sus impurezas,
destruyendo toda inmundicia u obstáculo a nuestra pureza divina (como otrora
pregonaran las purificaciones osiríacas) y, así como en el cielo hay halcones y
en la tierra hay serpientes, lo terrenal y sobrenatural veamos aunar
debidamente al reintegrar a los opuestos (símbolo del Caduceo de Hermes).
La inmortalidad que nos sugiere Horus,
definida en el Ave Fénix, tendría un doble acopio simbólico en la copa del Árbol
de la Vida ( “la luz de Horus, el hijo de Osiris, es verde”), pero también en
el simbolismo de la serpiente (que regenera su piel como el Dragón que protege
el tesoro con su propia sangre -tesoro que tiene en sí la vida-) que
curiosamente también habita las raíces de ese mismo Árbol. Cabría recordar la
leyenda de San Jorge y el Dragón, donde el héroe ha de matar a la bestia que
dormita en la cueva para verter una sangre que deviene rosa mística (máxima
Rosacruz) o llave que da acceso a la estancia donde se encuentra la doncella o
el tesoro.
Y ese tesoro de inmortalidad deviene tras
enterrar (en la tierra donde se halla la serpiente) o incinerar (cuál Ave Fénix)
a nuestro ego (estando ambos ejemplos relacionados con la materia del Arte
Sacerdotal o alquimia operativa de las Vías Seca y Húmeda, obteniéndose el
Cuerpo de Resurrección - llamado también Cuerpo de Luz o Flor de Oro -,
mediante el polvo de proyección, a su vez obtenido mediante la Piedra
Filosofal).
Horus, quien habla el “lenguaje de los pájaros”
aleccionado por Thot, según el Libro de los Muertos es quien acompaña a Anubis
en la Sala del Juicio como Psicopompo, junto a la balanza que pesará nuestro
corazón. Aquí, el avizor ojo de Horus será el de la contemplación, tercer ojo
del que puede decirse “el ojo con el que veo a Dios es el mismo con el que Dios
me ve a mí”.
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