"El hombre posee materia, energía vital (prana), mente, intelecto (discernimiento) y bienaventuranza. Sólo él, de entre todas las formas de la creación, tiene la capacidad de retirar todas estas envolturas para liberar su alma y unirla a Dios. El yogui puede retirar, a través de pranayama (el control de la fuerza vital), la capa de energía vital (pranayama kosha), que conecta la materia con el Espíritu. Cuando logra el dominio de la fuerza vital, percibe que la materia (annamaya kosha) es ilusoria. A medida que la energía vital fluye, la limitada mente sensorial (manomaya kosha) se va retirando para que predominen las cualidades de la capa del intelecto o buddhi (guianamaya kosha), a fin de acabar revelando la sutil envoltura de la bienaventuranza (anandamaya kosha). Al abrirse ésta, por medio de la meditación más profunda, el yogui funde su alma con Dios.
El devoto puede tener experiencias que le aporten
iluminación durante la meditación, e incluso alcanzar la bienaventuranza del
samadhi; pero, aun así, no es capaz de conservar esa conciencia en forma
permanente, arrastrada de nuevo a la conciencia corporal por los samskaras o
hábitos y deseos del pasado, que todavía permanecen en su conciencia.
Patanjali definió el yoga como aquella neutralización de las
fluctuaciones alternantes de la conciencia, es decir, la cesación de la
sustancia mental. En el yoga, vritti (remolino) se refiere al incesante ir y
venir de pensamientos que surgen en la conciencia, así como nirodha significa
neutralización, cesación o control. La unidad del alma con Dios, continúa
Pantajali, está precedida por shraddha (devoción), virya (el celibato vital),
smriti (el recuerdo), samadhi (la experiencia de la unión con Dios durante la
meditación) y prajna (la inteligencia discernidora). Por ello, se hallarán más
próximos de alcanzar dicho estado aquellos que posean el desapasionamiento
extremo hacia el mundo de los sentidos” (Paramahansa Yogananda).