“El Yoga indica que el subconsciente es el obstáculo más
difícil de salvar. La resistencia que opone a cualquier acto de renunciación y
ascesis es un signo de su propio miedo. Pero el Yoga cree que el subconsciente
puede dominarse por medio de la unificación de los estados de conciencia. El punto
de partida es la meditación (concentración en un solo objeto, ya sea físico,
pensamiento o Dios mismo); esta concentración firme y continua se llama
ekâgratâ –‘en un solo punto’-, y tiene
como resultado la censura de todas las distracciones mentales que dominan y
forman la conciencia profana. El hombre pasa el día dejándose invadir por
momentos exteriores a sí mismo. Los sentidos y el subconsciente dominan y
modifican la conciencia, que luego las pasiones violentan al proyectarla hacia
afuera. El hombre pasivo es profano; es un ser pensado por objetos.
Un yoguin puede provocar la concentración de su atención en
un ‘solo punto’ en cualquier lugar y volverse insensible a otro estímulo
sensorial. Con la ekàgratâ se obtiene una verdadera voluntad, aunque es
evidente que no puede realizarse de otro modo que poniendo en práctica
numerosos ejercicios y técnica, al igual que deberán darse las condiciones
fisiológicas adecuadas y una organizada respiración. La técnica yóguica, según
Patañjali, implica varias categorías, denominadas ‘anga’, en el camino hacia el
samâdhi. Son los refrenamientos (yama), las disciplinas (niyama), las actitudes
y posiciones del cuerpo (âsana), el ritmo de la respiración (prânâyama), la
emancipación de la actividad sensorial del dominio de los objetos exteriores
(pratyâhâra), la concentración (dhâranâ), la meditación yóguica (dhyâna) y
samâdhi. Los dos primeros, yama y niyama, constituyen los premilinares de
cualquier ascetismo. Los ‘refrenamientos’ (yama) purifican algunos pecados
morales, tolerados por la vida social. Ahora bien, los mandamientos morales no
podrán ya infringirse; en el Yoga, cualquier falta deja sentir inmediatamente
sus efectos. Respecto a estos ‘refrenamientos’ tenemos ahimsâ, ‘no matar’;
satya, ‘no mentir’; asteya, ‘no robar’; brahmacarya, ‘abstinencia sexual’; y aparigraha,
‘no ser avaro’. Los ‘refrenamientos’ (yama) y las disciplinas (niyama) que
siguen tienen sus raíces en el ahimsâ –no causar dolor a ninguna criatura-. La veracidad
(satya) consiste en hacer coincidir la palabra y el pensamientos con los actos.
La palabra sólo puede decirse para el bien de los demás. El robo (steya) es el
hecho de tomar lo que no es propio; su abstención (asteya) consiste en la
destrucción del deseo de robar. Brahmacarya es el ‘refrenamiento’ de las fuerzas
secretas que, pudiendo ser reconocido por cualquier persona honesta,
proporciona su práctica un estado humano ‘purificado’; y, dicha pureza, es
indispensable en las etapas posteriores. Mediante ella se suprimen las
tendencias egoístas. La abstinencia sexual tiene como objetivo la conservación
de la energía nerviosa. El Yoga concede una importancia capital a esas ‘fuerzas
secretas de la facultad generadora’ que, cuando se gastan, dispersan la más
preciosa energía, debilitan la capacidad cerebral y vuelven difícil la
concentración. Si, por el contrario, se las domina, facilitarán el ascenso
contemplativo. Abstenerse sexualmente significa ‘quemar’ la misma tentación
carnal, debiendo no subyacer difusamente en el subconsciente, ni ‘sublimarse,
sino desarraigarse de la conciencia y sentidos.
El yoguin debe practicar las niyama o disciplinas corporales
y psíquicas. La limpieza (sauca), la serenidad (samtosa), la ascesis (tapas),
el estudio de la metafísica y el esfuerzo por hacer de Dios (Isvara) el motivo
de todas las acciones. La limpieza significa purificación interior de los
órganos, que se encargarán de eliminar sus toxinas. La ascesis basada en
soportar los contrarios como frío o calor, estar de pie o sentado. La ausencia
de las palabras o gesticular que pueden revelar nuestros pensamientos, lo que constituye
un control sobre uno mismo. Cuando nos asalte la duda sobre nuestra capacidad
de voluntad, la instauración de los contrarios puede servirnos para vencerla.
Y es que la lucha del yoguin contra todos estos obstáculos
posee un carácter mágico. Cualquier tentación que venzamos, equivaldrá a una
fuerza de la que nos apropiaremos (como tales, son fuerzas mágicas la
clarividencia, clariaudiencia, adivinación del pensamiento, etc…). Renunciar a
una tentación no es solamente ‘purificarse’, sino también realizar una ganancia real, positiva. Se llega
a dominar los objetos a los que se renuncian, pero también una fuerza mágica
más valiosa. Por ejemplo, quien realiza el ‘refrenamiento’ asteya (no robar) ‘verá
aproximarse a él todas las joyas’ -YogaSutra 2.37-. El yoguin ciertamente se verá incitado posteriormente a renunciar incluso
a sus ‘poderes mágicos’. Es mediante la purificación psíquica que se obtiene la
ekâgratâ o autoridad sobre los sentidos y capacidad de conocer el alma" (Mircea Eliade).