jueves, 19 de octubre de 2023

“El Yoga indica que el subconsciente es el obstáculo más difícil de salvar. La resistencia que opone a cualquier acto de renunciación y ascesis es un signo de su propio miedo. Pero el Yoga cree que el subconsciente puede dominarse por medio de la unificación de los estados de conciencia. El punto de partida es la meditación (concentración en un solo objeto, ya sea físico, pensamiento o Dios mismo); esta concentración firme y continua se llama ekâgratâ  –‘en un solo punto’-, y tiene como resultado la censura de todas las distracciones mentales que dominan y forman la conciencia profana. El hombre pasa el día dejándose invadir por momentos exteriores a sí mismo. Los sentidos y el subconsciente dominan y modifican la conciencia, que luego las pasiones violentan al proyectarla hacia afuera. El hombre pasivo es profano; es un ser pensado por objetos.

Un yoguin puede provocar la concentración de su atención en un ‘solo punto’ en cualquier lugar y volverse insensible a otro estímulo sensorial. Con la ekàgratâ se obtiene una verdadera voluntad, aunque es evidente que no puede realizarse de otro modo que poniendo en práctica numerosos ejercicios y técnica, al igual que deberán darse las condiciones fisiológicas adecuadas y una organizada respiración. La técnica yóguica, según Patañjali, implica varias categorías, denominadas ‘anga’, en el camino hacia el samâdhi. Son los refrenamientos (yama), las disciplinas (niyama), las actitudes y posiciones del cuerpo (âsana), el ritmo de la respiración (prânâyama), la emancipación de la actividad sensorial del dominio de los objetos exteriores (pratyâhâra), la concentración (dhâranâ), la meditación yóguica (dhyâna) y samâdhi. Los dos primeros, yama y niyama, constituyen los premilinares de cualquier ascetismo. Los ‘refrenamientos’ (yama) purifican algunos pecados morales, tolerados por la vida social. Ahora bien, los mandamientos morales no podrán ya infringirse; en el Yoga, cualquier falta deja sentir inmediatamente sus efectos. Respecto a estos ‘refrenamientos’ tenemos ahimsâ, ‘no matar’; satya, ‘no mentir’; asteya, ‘no robar’; brahmacarya, ‘abstinencia sexual’; y aparigraha, ‘no ser avaro’. Los ‘refrenamientos’ (yama) y las disciplinas (niyama) que siguen tienen sus raíces en el ahimsâ –no causar dolor a ninguna criatura-. La veracidad (satya) consiste en hacer coincidir la palabra y el pensamientos con los actos. La palabra sólo puede decirse para el bien de los demás. El robo (steya) es el hecho de tomar lo que no es propio; su abstención (asteya) consiste en la destrucción del deseo de robar. Brahmacarya es el ‘refrenamiento’ de las fuerzas secretas que, pudiendo ser reconocido por cualquier persona honesta, proporciona su práctica un estado humano ‘purificado’; y, dicha pureza, es indispensable en las etapas posteriores. Mediante ella se suprimen las tendencias egoístas. La abstinencia sexual tiene como objetivo la conservación de la energía nerviosa. El Yoga concede una importancia capital a esas ‘fuerzas secretas de la facultad generadora’ que, cuando se gastan, dispersan la más preciosa energía, debilitan la capacidad cerebral y vuelven difícil la concentración. Si, por el contrario, se las domina, facilitarán el ascenso contemplativo. Abstenerse sexualmente significa ‘quemar’ la misma tentación carnal, debiendo no subyacer difusamente en el subconsciente, ni ‘sublimarse, sino desarraigarse de la conciencia y sentidos.

El yoguin debe practicar las niyama o disciplinas corporales y psíquicas. La limpieza (sauca), la serenidad (samtosa), la ascesis (tapas), el estudio de la metafísica y el esfuerzo por hacer de Dios (Isvara) el motivo de todas las acciones. La limpieza significa purificación interior de los órganos, que se encargarán de eliminar sus toxinas. La ascesis basada en soportar los contrarios como frío o calor, estar de pie o sentado. La ausencia de las palabras o gesticular que pueden revelar nuestros pensamientos, lo que constituye un control sobre uno mismo. Cuando nos asalte la duda sobre nuestra capacidad de voluntad, la instauración de los contrarios puede servirnos para vencerla.

Y es que la lucha del yoguin contra todos estos obstáculos posee un carácter mágico. Cualquier tentación que venzamos, equivaldrá a una fuerza de la que nos apropiaremos (como tales, son fuerzas mágicas la clarividencia, clariaudiencia, adivinación del pensamiento, etc…). Renunciar a una tentación no es solamente ‘purificarse’, sino también  realizar una ganancia real, positiva. Se llega a dominar los objetos a los que se renuncian, pero también una fuerza mágica más valiosa. Por ejemplo, quien realiza el ‘refrenamiento’ asteya (no robar) ‘verá aproximarse  a él todas las joyas’ -YogaSutra 2.37-. El yoguin ciertamente se verá incitado posteriormente a renunciar incluso a sus ‘poderes mágicos’. Es mediante la purificación psíquica que se obtiene la ekâgratâ o autoridad sobre los sentidos y capacidad de conocer el alma" (Mircea Eliade).

L a caligrafía arábiga tuvo su origen como comunicación entre los hombres y Dios; y Dios quiso comunicarse con sus fieles escogiendo a un ho...