jueves, 29 de julio de 2021

 


La muerte es una disolución de nuestra persona, personalidad, identidad, tanto física como anímicamente. No obstante, restos psíquicos podrían pasar a otros seres vivos. Pero la reencarnación, como tan de moda parece estar, no debería entenderse literalmente como una nueva vivencia sujeta al mismo plano existencial, sino como un nuevo plano de consciencia durante esta misma vida.

El hombre, por desgracia, deviene inconsciente del tesoro escondido en su interior, valorando únicamente la materialidad que le rodea, hallándose así preso de su propia ignorancia o falta de sabiduría. Y es que, siendo el estado individual y egótico de carácter temporal, con la muerte se finiquita nuestro soporte contingente vehicular de vida (comúnmente llamado yo o mío). Pero dicho estado individual-temporal puede poseer otras modalidades fuera de la dimensión corporal. La transmigración del alma debe ser entonces considerada vertical, cual proceso alquímico, a otros estados del Ser Universal, cual despertar ante la ilusión de nuestro mundo material que, dependiendo del grado alcanzado de nuestra desidentificación en vida, así será nuestro devenir tras la muerte. Por ello, de serlo con nuestro espíritu, sobrevivirían nuestra virtudes intelectuales; mas nunca nuestra personalidad egótica. 

Debemos entonces morir a nuestro yo y renacer a una realidad básicamente de tipo espiritual (un "Yo", con mayúsculas). Sólo el espíritu vuelve a su fuente.¿Pero cómo? Sin deseo ni temor. Como dijo el Maestro Eckhart, “el alma debe abandonar su existencia”.

 

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