domingo, 15 de enero de 2012

“La puerta no se abre en la plegaria, sino solamente en el silencio absoluto de todo el ser, estado muy difícil de obtener, es decir: sin fe y sin duda, sin esperanza y sin pesar, sin deseo de conocer, ni siquiera a Dios, y desligado de todo lo creado y lo increado. Es como un gran vacío en uno mismo, sin eco, sin dolor ni alegría, un gran reposo como el limbo, la perfecta vacuidad, la supresión absoluta. Es entonces cuando dice su palabra y cuando muestra su presencia, en el momento en que todo nos es realmente indiferente. Así pues, no busques demasiado, no ruegues demasiado, pues la verdadera adoración es callarse y no moverse, a fin de ver y oír. En este momento, él se vuelve familiar y fácil, pues el ser es devuelto al ser y el no-ser al no-ser. Aquí te digo el secreto de los secretos místicos, que es la indiferencia trascendente después de la búsqueda loca, el único punto de equilibrio donde aquel que es puede manifestarse sin nadie más que él mismo. Así pues, es la supresión completa, la muerte del alma, del espíritu y el olvido del cuerpo, dejando sitio al Único, que no está a la derecha ni a la izquierda, ni arriba ni abajo, sino sólo en el reposo del centro. Todo lo que digo está experimentado y es posible que posea múltiples nombres en toda clase de lenguas, pero los conozco poco, lo importante es ejercitar la cosa en sí” (Louis Cattiaux, "Florilegio epistolar". Carta nº11).

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