lunes, 29 de agosto de 2016


Desde la perspectiva de Z’ev Ben Shimon Halevi, Moisés nació como centro de conciencia con una madurez por encima del común y sintomático cuál principio de confianza en relación a los asuntos del Espíritu. Moisés, “sacado de las aguas” en relación a los Mundos de la Cábala, representaría la fluidez de la psique “Yetsirah” hacia el mundo natural o “Asiyah”; más su clara percepción del mundo superior “Beriyah”, le hizo no dejar de ignorar su vida interior esclavizada a medida que alcanzaba la madurez. De hecho, el episodio de su vida en que golpea de muerte a un egipcio, ante una injusticia elemental contra un israelita (dice un cuento popular que pronunciando el nombre de Dios), hace valer su voluntad sobre la psique, dominando su propio ego como príncipe egipcio.
La vida de Moisés estuvo dividida en tres partes claramente diferenciadas. Sus 120 años de vida (y, curiosamente, permaneció también 120 días sobre el Monte Sinaí), pues según el Deuteronomio 34, 7 “Moisés tenía 120 años cuando murió”, quedaron repartidos en sus primeros 40 años en Egipto (Hechos de los Apóstoles 7, 22-23 “Y fue instruido Moisés en toda la sabiduría de los egípcios y era poderoso en sus palabras y hechos. Y cuando hubo cumplido la edad de cuarenta años, le vino al corazón el deseo de visitar a sus hermanos, los hijos de Israel”), los siguientes 40 en el país de Madián (Éxodo 7,7 “Era Moisés de edad de ochenta años”) para transcurrir sus últimos 40 durante el Éxodo. Y aquí también podría hacerse la analogía correspondiente entre los mundos cabalísticos de Beriyah, Yetsirah y Asiyah, en relación a los tres períodos.
Pero si adoptáramos otras perspectivas al respecto, como por ejemplo la alquímica, tendríamos un reporte igual de válido. Así pues, recordaríamos que el Mercurio Rectificado, en vez de ser lunar, lleva unos cuernos de un carnero (y Moisés, reza la tradición y recuerdan numerosas representaciones suyas, llevaba 'cuernos' al bajar del Sinaí). En realidad, el número cuarenta no deja de ser un “ciclo” que debe transitarse. Así, las tres obras alquímicas podrían entenderse como tres ciclos, mediante un continuado “solve i coagula”. Y entonces aquí, el primer ciclo de Moisés se correspondería con la Obra al negro, la salida de Egipto. La segunda lo haría con la Obra al blanco, la progresiva iluminación gracias a su suegro Jetro (reflejo de lo trascendente; del Dios más allá de lo ininteligible –AYIN-). Y el tercer ciclo correspondería con la Obra al rojo, donde se debe consolidar una iluminación, más allá de la angelical, mostrándose cuál divinidad de la tierra (aunque de Moisés, al especificarse haber muerto antes de llegar a la Tierra prometida, se insinúa que no habría llegado a completar esta última etapa).

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