“Realmente las dádivas han de ser para los
necesitados, los mendigos, los que trabajan en recogerlas y repartirlas, para
los que tienen sus corazones amansados*, para rescatar esclavos, para los
indigentes, para la causa en el camino de Allah y para el hijo del camino. Esto
es una prescripción de Allah y Allah es Conocedor y Sabio” (Corán 9, 60).
El Azaque o Zakah, del árabe “ز ک و”, es un precepto religioso de observancia musulmana, literalmente
entendido como aquella limosna hacia el prójimo necesitado, cuál equivalente de
justicia, generosidad y fidelidad a Dios. Pero, más allá del porcentaje dispuesto
para tan altruista predisposición, el zakat expresa la confianza de que
es Dios quien otorga dones y riqueza y corresponde, en virtud de nuestra fe,
actuar en consecuencia purificando el corazón que es asediado por la
codicia. E, incidiendo más específicamente sobre nuestra disposición, René
Guénon ya nos advirtió de la capacidad de sobreponernos ante la adversidad propiciada
por nuestro prójimo a causa de su ignorancia y necedad, favoreciendo así la “verdad
de la limosna”(haqîqatus-zakâh), en virtud de la cual sería nuestra infinita paciencia
(eç-çabr), la que podía definir tan santo precepto en el horizonte de nuestra
cotidianidad, más allá de su literalidad.
Aunque, y en base a la perspectiva de que Dios es dueño de todas
las cosas –tanto las que poseemos como las que no-, simplemente bastaría con
disponer de nuestras propias necesidades básicas, más allá de acumular
riquezas con usura, a la par de "elevar" nuestra alma caída.
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