jueves, 29 de junio de 2017


“Realmente las dádivas han de ser para los necesitados, los mendigos, los que trabajan en recogerlas y repartirlas, para los que tienen sus corazones amansados*, para rescatar esclavos, para los indigentes, para la causa en el camino de Allah y para el hijo del camino. Esto es una prescripción de Allah y Allah es Conocedor y Sabio” (Corán 9, 60).



El Azaque o Zakah, del árabe  ز ک و,  es un precepto religioso de observancia musulmana, literalmente entendido como aquella limosna hacia el prójimo necesitado, cuál equivalente de justicia, generosidad y fidelidad a Dios. Pero, más allá del porcentaje dispuesto para tan altruista predisposición, el zakat expresa la confianza de que es Dios quien otorga dones y riqueza y corresponde, en virtud de nuestra fe, actuar en consecuencia purificando el corazón que es asediado por la codicia. E, incidiendo más específicamente sobre nuestra disposición, René Guénon ya nos advirtió de la capacidad de sobreponernos ante la adversidad propiciada por nuestro prójimo a causa de su ignorancia y necedad, favoreciendo así la “verdad de la limosna”(haqîqatus-zakâh), en virtud de la cual sería nuestra infinita paciencia (eç-çabr), la que podía definir tan santo precepto en el horizonte de nuestra cotidianidad, más allá de su literalidad. 

Aunque, y en base a la perspectiva de que Dios es dueño de todas las cosas –tanto las que poseemos como las que no-, simplemente bastaría con disponer de nuestras propias necesidades básicas, más allá de acumular riquezas con usura, a la par de "elevar" nuestra alma caída. 

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