sábado, 31 de diciembre de 2011



Cristo está vivo, dice la Iglesia. Y si su carne conoció la muerte, Él nunca tuvo

nacimiento o muerte, pues es el eterno principio inmortal de toda vida; y, por eso, su cuerpo muerto recobró la vida en la mañana del tercer día. Así, Cristo vive veladamente en las apariencias materiales (puesto que nuestros ojos sensibles no pueden verlo, aunque las almas que lo buscan lo encuentran a cada paso). Él vive en aquellos que actúan conforme a su Espíritu ("el que cree en mí, aunque muera, vivirá); y todos los símbolos expresan su doble naturaleza de Dios y Hombre.
No tardó su doctrina en extenderse hasta Roma, fundándose una Iglesia cristiana; pero, ya que traía al mundo un código de disciplina interior basado en una austera moral, reglamentando deseos del corazón y condenando concupiscencias, los simples se unieron para aniquilarla. Y por ello, los verdaderos cristianos tuvieron que esconderse en catacumbas. Mas, cuando el credo fue aceptado por Roma, los cristianos vieron tergiversada su doctrina, deformados sus dogmas y perdido el sentido de los ritos.
¿No recomendo Cristo "no echar perlas a los puercos"? ¿No dijo Pitágoras: "No es bueno divulgarlo todo a todos"? Y, a su vez, San Dionisio Areopagita dijo: "Cuidad, por encima de todo, de no revelar el secreto de los misterios sagrados, pues lo único que ha de ser evidente es vuestro respeto a los misterios del Dios oculto, ya que pertenece sólo a los santos levantar un extremo del velo que cubre las cosas santas...".
La curia romana comenzó a cargar la celebración eucarística con ceremonias simbólicas, acabando la multitud profana por no vislumbrar ni siquiera la cobertura que recubre la santidad; y todo ello, aunque previamente los primeros pontífices hubiesen adaptado al pensamiento cristiano unas medidas que otros habían practicado antes otros credos entre frases alegóricas y representaciones modeladas o esculpidas. Pues cabe recordar que de las catacumbas surgió una lengua figurada, que adquirió una magnificencia expresiva y comunicadora fuerza de vida, y que abrió a los espíritus de los iniciados, unos senderos arrebatados hacia Dios. Y es que la fe de aquella agitada época, convertía al cristiano realmente en "otro Cristo" ("Ya no soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí").

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