jueves, 29 de diciembre de 2011


El ser humano convirtió la cueva en un lugar mágico e iniciación. Magia más allá del concepto que puede hoy simplemente tener. Desde la cueva se invocaban fuerzas de nuestra propia esencia, hoy denostadas tras el paso de los siglos. El culto a la piedra devino con el megalitismo, lo que hizo que Platón utilizara la cueva como arquetipo cósmico. Así, las entrañas de la tierra representaban la matríz materna (Mircea Eliade consideró a la cueva como el "yo" interior o inconsciente -materialización del "regresus ad uterum"-). Para los taoístas, la montaña K'uen-Luen contiene una cueva secreta por la que se regresa al estado primordial. En la India, un templo se halla esculpido en la roca, cuyo monumento posee a su vez reliquias en sus entrañas. La caverna de Abu Ya' qûb es la caverna primordial para el esoterismo islámico (como Tawîl). El Templo de Osiris de Egipto fue tallado en la roca y formado por criptas subterráneas. Los esenios se reunían en una gran mesa con asientos de piedra, en el interior de una montaña. Comúnmente, la montaña tenía dos entradas (una para iniciados y otra para maestros). El adepto debía antes morir a la vida material para sufrir una catarsis hacia su nuevo estado del ser. Fue con el cristianismo, cuando el culto a la piedra comenzó a decaer, aunque hubiese excepciones; de hecho, con el paso de los siglos, los constructores religiosos de la Edad Media supieron superar más de una reticencia eclesiástica y recuperar ciertos conocimientos ligados a una antigua tradición oral, denostada durante muchos siglos, volviendo a tener los templos una evidente sacralidad inherente a su unión de facto entre Cielo y la Madre Tierra.

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