miércoles, 24 de abril de 2013


 
Desde Tales de Mileto, el hombre se ha inclinado progresivamente a separar cuerpo y alma, con la finalidad de entender la verdad. Pero, ¿puede llegar a entenderse racionalmente? ¿no sucede que las leyes naturales son una expresión de la voluntad divina, donde todas las cosas se entrelazan armónicamente en una continua y múltiple transformación, reflejo terrenal de la unidad divina celestial, y donde lo reflejado puede simbolizar lo superior, pero no a la inversa?  En el Génesis ya se explicita cómo pudo suceder (“Al principio era el Verbo”). Por ello, se vuelve tan importante contemplar la decadencia y la muerte como esenciales para el desarrollo y la vida. El Uno produce los principios activo y pasivo. Reza el Tao Tê Ching, “el Universo tuvo una causa anterior, que puede llamarse Madre. Conociendo a la Madre, puedes conocer al Hijo; conoce al Hijo para que puedas entender a la Madre”. Esa madre sería la Nada y el Hijo es conocido como el mundo de la forma… Para todo ello, el taoísmo indica que resulta vital la contemplación que, a su vez, produce la tranquilidad (pues el Tao que puede conocerse no es el Tao).

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