La Vía no requiere cultivo
alguno, basta con no contaminarla con el conjunto de artificios e ilusiones
creados por una mente inestable. El camino es una mente desprovista de
artificialidad, de apegos y rechazos.
Los patriarcas del Zen
proclamaron que nuestra naturaleza esencial es intrínsecamente perfecta. Para
practicar la Vía no hay que perseguir lo que nos gusta ni evitar lo que nos
desagrada. Mientras no te aferres a lo bueno y rechaces lo malo, te obstines en
dominar la concentración y contemplar el vacío, seguirás siendo un esclavo del
engaño. Si sigues persiguiendo objeto externos, sólo conseguirás enajenarte
cada vez más. Cuando cesen los pensamientos, te liberarás de la causa del
nacimiento y de la muerte.
La iluminación, por el
contrario, supone comprender nuestra verdadera naturaleza. Los fenómenos
carecen de origen; siempre has estado en la Vía y no debes preocuparte por ella
ni sentarte a meditar (Maestro Mazu).
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