“Monoteísmo y politeísmo corresponden a dos aspectos de la
Divinidad: la trascendencia y la inmanencia. Con respecto a su creación, Dios
es la vez trascendente e inmanente: trascendente en su Esencia e inmanente por
su actividad, puesto que el universo tan sólo subsiste por ese poder…Una
separación radical entre Dios y el universo es la postura del monoteísmo; pero
también podemos poner el acento en la inmanencia, sin negar por ello la
trascendencia (si no, se cae en la idolatría). En la perspectiva monoteísta, el
carácter divino pertenece únicamente a Dios; en la perspectiva politeísta
también se confiesa la Unidad divina, pero se admite que las diferentes clases
de seres reciben, por el acto creador mismo, algo de la Divinidad y poseen en
sí algo en cuanto reflejos de su fuente.
Por otra parte, en Dios se distingue entre la Esencia divina
y las Cualidades, Atributos o Nombres divinos, que son ‘aspectos’ de la
Divinidad, pero no su suprema Aseidad. A partir de ahí, el politeísmo admite
que estos Atributos divinos pueden hipostasiarse, presentándose como ‘dioses’
que rodean al Dios supremo, mientras que los seres que reflejan en alto grado
dichos Atributos son igualmente llamados ‘dioses’, pero ocupan un orden
naturalmente inferior a los grandes ‘dioses’, correspondiendo con los ‘ángeles’
del monoteísmo" (Jean Hani).
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