lunes, 22 de abril de 2019


La tradición de San Jorge nos sitúa en en el S.XIII cuando Jacobo de la Vorágine nos relata la leyenda de San Jorge de Capadocia en tierras libias, alrededor del año 300 dC. En aquellas tierras, un dragón aterrorizaba desde su estanque a la población, debiéndosele sacrificar a una joven muchacha, a expensas de poder calmar así su ferocidad. Tras haber ofrecido finalmente el rey a su hija, y a instancias del santo varón llegado a este lugar, la princesa puso su cinturón sobre el cuello de la bestia, llevándoselo así San Jorge hasta la ciudad de veinte mil súbditos que, tras presenciar cómo éste hacía la señal de la cruz y mataba al dragón, se bautizaron junto al monarca.
Más tarde, San Jorge moriría en manos del emperador Diocleciano.

Sea como fuera, la comparativa no es casual con otros ejemplos similares, pasando así a contrastarse su historia con la de Heracles contra Ladón, Jasón contra el dragón, Perseo contra la Medusa o contra el monstruo que retenía a Andrómeda; Indra contra Vritna, Apolo contra Pitón, Júpiter contra el monstruo anguípedo, Marduk contra Tiamat, Bel contra el dragón, Ormuzd contra Azdaha u Osiris contra Set o Apofis.

Jesucristo y el Arcángel San Miguel también combaten de similar manera en el Apocalipsis de San Juan: "Vi el cielo abierto y he aquí un caballo blanco. Su jinete se llama Fiel y Verdadero...Tiene los ojos como llamas de fuego y tiene por nombre Verbo de Dios. De su boca sale una espada acerada...Rey de reyes y Señor de señores" que derrotará a la Bestia (Ap. 19, 11-16); y "Había una guerra en el cielo, Miguel y sus ángeles habían tenido que batallar con el Dragón...así fue derribado el gran Dragón, la Serpiente primitiva, llamada Diablo o Satán" (Ap. 12, 7-9).
Los Salmos bíblicos e Isaías hacen igual mención a la "Bestia que emerge del mar"..."Te impones al orgullo del mar, aplanas la cresta de las olas, pisoteaste a Rahab tras haberlo atravesado" (Salmo 88) o "Rompiste en las aguas las cabezas de las fieras, aplastaste las cabezas de Leviatán" (Salmo 73) e Isaías 27,1 "Aquel día el Señor visitará con su espada dura y fuerte a Leviatán, la serpiente ágil, Leviatán, la serpiente tortuosa, y matará al monstruo que está en el mar".

Por tanto, entendemos que el icono de San Jorge depende del de San Miguel y, a su vez, del de Cristo, Verbo de Dios. Se dirime, entonces, una lucha entre el bien y el mal, en última instancia. Pero la lucha entre la luz y la oscuridad no es tan simple; pretende instarnos a bregar contra las fuerzas del caos y la disolución, con el propósito de imponer un definitivo orden de tipo espiritual. Y aquí, cuál Yihad, se nos propone un combate interior arquetípico; y este primigenio acto divino nos insta a captar y dominar las fuerzas inferiores, telúricas, violentas y tumultuosas pero, y lo que es más importante, conjugándolas con las superiores, transformándolas así en fuerzas complementarias que auspicien una transmutación de carácter espiritual.

¿Cómo llegar a obrar semejante milagro en los tiempos que corren?
Con la meditación y la contemplación. Y para ello podemos servirnos de los mitos y sus iconos.
San Jorge es un mito que debemos meditar al contemplar la representación iconográfica del santo a caballo, con la princesa a su derecha y su lanza clavada en las fauces del dragón, mientras un ángel del Señor desciende sobre su cabeza para coronarlo, constituyendo en su conjunto el más claro ejemplo del personaje que mata al monstruo para poder acceder a un estado superior.
El mito de San Jorge propone implantar un orden del plano macrocósmico, redirigido al ámbito moral y espiritual del individuo; y aquí se nos insta a armonizar la desmesura "dionisíaca" de las fuerzas ctónicas a la "apolínea" espiritualidad. Y, para ello, "matar a la serpiente" pasa por dominar nuestra alma inferior. No se trata de suprimir o, sencillamente, matar las fuerzas inferiores -agravando entonces nuestra capacidad intrínsecamente psíquica-, sino de armonizarlas para nuestra tarea espiritual.
Y nuestra tarea, como la de San Jorge, pasa por orientar nuestra alma hacia "lo alto", para que las fuerzas ctónicas ocultas -aparentemente demoníacas- que traban la santificación de nuestra alma, al comulgar con nuestra santificadora aspiración, reciban su influencia, pudiéndonos finalmente elevar hacia el espíritu que nos habita, cuál esencia divina -Emmanuel- (que se hallaba cautiva del abrazo del dragón).
Por todo ello, una vez fecundadas y dominadas esas fuerzas primigenias (que rememoran las aguas que planeaba el Espíritu divino en el Génesis), sólo entonces podremos reconciliarnos con nuestra verdadera naturaleza. Y será entonces cuando el ángel nos corone y podamos finalmente acceder a los estados propios del alma elevada, en sintonía total con el espíritu de Dios.

"El cuerpo experimenta las cosas divinas cuando las fuerzas pasionales del alma están, no muertas, sino transformadas y santificadas" (San Gregorio Palamás).

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