jueves, 11 de julio de 2019


"Por objetivación, autosugestión o por irrumpir en la escena personajes que pertenecen al mundo oculto, a veces los novicios no resisten tan intenso tratamiento y entonces se producen incidentes extremos de locura e, incluso, la muerte. 
El oficiante debe pisotear todas las pasiones y crucificar su egoísmo. Sopla en el kangling (trompeta hecha con un fémur humano), convidando a los demonios a la fiesta que se prepara. 
Imagina una divinidad femenina que personifique su propia voluntad. 
Esta divinidad se lanza de su cabeza, por la bóveda del cráneo, con un sable en la mano. De un tajo rápido, le corta la cabeza. Luego, mientras se reúnen tropas de glotones en golosa espera, separa sus miembros, lo desuella y le abre el vientre. Las vísceras se le escapan y los repugnantes convidados muerden al oficiante, mientras éste los excita con palabras litúrgicas...Este acto dramático se llama el banquete rojo. Le sigue el banquete negro, sólo revelado a los discípulos que han recibido iniciación de grado superior. 
La visión del diabólico festín rojo desaparece, decayendo paulatinamente el estado de trance en el celebrante. Debe imaginar ahora que se ha vuelto un montoncito de restos carbonizados, emergiendo de un lago de barro negro. 
En general, la idea de sacrificio que acaba de exaltarle no es más que una ilusión, ya que no tiene nada que dar realmente, porque no es nada. 
Con la renuncia silenciosa del asceta, se rechaza la embriaguez vanidosa engendrada por la idea del sacrificio, acabando así el rito" (Alexandra David-Néel). 

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