Lo cierto es que, si la dualidad
existe efectivamente en el ser, no puede ser sino desde un punto de vista
contingente y relativo; situándose desde otro punto de vista, más profundo y
esencial, o encarando al ser en el estado que corresponde a tal punto de vista,
la unidad de ese ser debe encontrarse restaurada. Entonces,
la relación entre los dos elementos, que al comienzo aparecían como opuestos y
después como complementarios, se transforma en otra: es una relación, no ya de
correlación o de coordinación, sino de subordinación. Los dos términos de esa
relación, en efecto, no pueden colocarse en un mismo plano, como si hubiese
entre ambos una especie de equivalencia; al contrario, el uno depende del otro
como teniendo su principio en él" (René Guénon).
Homero mencionó a la Siria primitiva (cual "tierra solar" donde se hablaría la lengua siríaca o adámica), situándola allende Ogigia (lo que nos permitiría asociarla con la Thulê hiperbórea), isla en la que pasó prisionero Odiseo/Ulises siete años de su vida, en manos de la ninfa Calipso. Plutarco escribiría también sobre la isla de Ogigia, indicando que allí el sol era visible veinticuatro horas, pues disfrutaba de días más largos...
lunes, 13 de agosto de 2018
"El fuego y el
agua son dos elementos opuestos; pero esta oposición, por lo demás, no es sino la
apariencia exterior de un complementarismo y, más allá del dominio donde se
afirman las oposiciones, deben, como todos los contrarios, conciliarse y unirse
de algún modo. En el Principio mismo, del cual el sol es una imagen sensible,
ambos se identifican de cierta manera, lo que justifica aún más cabalmente la
figuración que acabamos de estudiar; e inclusive en niveles inferiores a ése,
pero correspondientes a estados de manifestación superiores al mundo corpóreo
al cual pertenecen el fuego y el agua en su aspecto “denso” o “burdo” que da
lugar propiamente a su mutua oposición, puede haber entre ellos una asociación
equivalente, por así decirlo, a una identidad relativa. Esto es verdad de las
“Aguas superiores”, que son las posibilidades de manifestación no-formal, y que
en cierto sentido están simbólicamente representadas por las nubes, de donde la
lluvia desciende sobre la tierra al mismo tiempo que son residencia del fuego
bajo el aspecto del rayo; y
lo mismo ocurre, en el orden de la manifestación formal, con ciertas posibilidades
pertenecientes al dominio ‘sutil’.
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