lunes, 9 de enero de 2017

En el cuarto libro de sus Diálogos, Gregorio Magno (+604 dC) escribió acerca de la muerte y el más allá, indicando que “la naturaleza del alma es invisible”; más “purificando el ojo del espíritu mediante fe pura y oración prolongada, muchos han visto almas saliendo de sus cuerpos”. Por ejemplo, cita a quien “vio que el alma de Especioso, que estaba lejos de él, salía de su cuerpo, anunciándolo a sus compañeros frailes y partiendo a toda prisa” (en dirección a la localidad donde se encontraba el supuesto compañero –en este caso, Capua-); tan buen punto llegó, “encontró a su hermano ya enterrado y se enteró de que su alma había salido de su cuerpo a la hora en que él la había visto”.
Incluso explica cómo “al atardecer, espíritus de monjes se pusieron a salmodiar en voz alta e inteligible, llegando a oídos corporales”-cuarto libro, capítulo 22-.
San Gregorio nos querría hacer ver aquí que el alma del finado, en relación a aquella que media entre el espíritu y la carne, podría así quedar “expuesta” a ser contemplada, mediante un episodio de éxtasis. Según el Padre de la Iglesia, “Dios todopoderoso creó tres espíritus vitales. Un espíritu no recubierto por la carne (el de los ángeles), otro recubierto por la carne, pero que no muere con la carne (el de los hombres) y otro recubierto por la carne y que muere con la carne (el de todo animal o cosa)” –cuarto libro, capítulo 9-.
Así pues, de comprometerse el hombre con su elevada condición de intermediario entre Dios y su creación, podría avalar la función del santo espíritu o clásico daimôn, más allá de cual soporte del aliento vital.
Este segundo espíritu sería igualmente aquel del que, por ejemplo, puntualmente se haría servir el chamanismo.


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