jueves, 20 de marzo de 2014


Cuando pregunté qué era el Dharma, se me dijo: “aquello que tú eres“.
Desde entonces, cuando siento apego por algo en esta vida, no lo considero Dharma, reconociendo inmediatamente una “trampa”. Reparando, por ejemplo, en nuestro cuerpo, podríamos decir que tampoco es el Dharma (aun cuando, no hay que olvidarlo, le serviría de soporte). Sea como fuere, nuestra existencia asume una triple vertiente: cuerpo, alma y espíritu; y tenemos la posibilidad de influir, básicamente, en nuestra alma –en relación directa con nuestra verdadera naturaleza- gracias a nuestro cuerpo y mente. Nuestro espíritu, por así decirlo, se mantiene a la expectativa de nuestra labor; y de nosotros depende “elevar” o “derribar” nuestra alma. Aquí no se trata de dogmatizar el pecado, desde un ámbito exclusivamente moral. Podemos identificarnos exclusivamente con nuestro cuerpo y alimentar exponencialmente nuestro ego -con lo cual perderemos nuestra perspectiva religiosa y nos veremos inmersos en continuos engaños y negativas actitudes mentales- o podemos identificarnos con nuestro espíritu, buscar un centro desde donde contemplar todas las cosas bajo su aspecto puro y eterno, y contribuir así a nuestra propia purificación. 

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