lunes, 31 de marzo de 2014


El Concilio de Elvira codificó la iniciación propia del bautismo cristiano como un severo período de admisión que debía, en primera instancia, juzgar la verdadera conversión del candidato –adulto, por supuesto- con el fin de recibir el título de catecúmeno tras el ritual de imposición de las manos, en condición según el grado; siendo el primero el de “akouomenos”, en que el “auditor” debía permanecer callado en su condición de catequista durante dos años, como mínimo. Tras ello, accedía al grado de “hypopitôn” u “orante”. Por último, éste se convertía en “competentes” –como la propia palabra indica-, confiándosele el misterio de la Santísima Trinidad, la remisión de los pecados y la doctrina de la Iglesia; sólo antes del bautismo, se le hacía saber el Padrenuestro y el Credo. Entonces era, por Cuaresma, cuando el candidato era finalmente inscrito (con un nuevo nombre) en la “asamblea de elegidos”, con el fin de ser bautizado por Pascua.

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