jueves, 6 de abril de 2017


Al-Hallaj: (866-922). Discípulo del célebre Junaid, maestro de la escuela sufí de Bagdad, Hussein ibn Mansur al-Hallaj, frecuentó a los sufíes durante más de 20 años y luego, tras romper con ellos, predicó su doctrina en la India y el Turquestán, regresando por último a Bagdad, donde enseñó en la vía pública. Fue condenado a muerte y sus cenizas se esparcieron en el río Tigris.
Su doctrina sólo difiere de las predicadas por los místicos de la época en sutilezas idiomáticas.
Anâ'l-hagq, "yo soy la Verdad, yo soy Dios", proclamaba Al-Hallaj en sus momentos de éxtasis. A su juicio, el Espíritu Santo se encarnaba en el alma del místico.
"Yo soy aquel a quien yo amo y aquel a quien amo es yo. Somos dos espíritus fundidos en un mismo cuerpo. Si tú me ves, tú lo ves; si tú lo ves, tú me ves". Sus discípulos, los Hallajiya, estimaban en efecto que Dios se manifestaba bajo el aspecto de Hallaj. Esto fue suficiente para condenar al gran místico.
Según se cuenta, él mismo exigió a sus oponentes que le dieran muerte. Condenado por los sufíes de su época, se convirtió luego en el prototipo del adepto devorado por la pasión del Amor místico. Como en la Cruz de Cristo, su tormento se ha convertido en símbolo. Hoy en día, los sufíes le veneran, convencidos de que su crimen sólo consistió en haber expuesto públicamente la Doctrina Oculta.

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