miércoles, 31 de julio de 2013

Dios lo transciende absolutamente todo. Desde esa perspectiva, hemos de preguntarnos honradamente quiénes somos; buscar la respuesta en nuestro interior, despojados de nuestras “vestiduras” terrenales: fisonomía, relaciones, imágenes o recuerdos…el yo, lo mío, el múltiple abanico de contingentes puntales en los que eventualmente nos sostenemos….en definitiva, el ego o alma impura. Sea como fuere, podemos hallar en el simbolismo iniciático una nueva “dialéctica” que nos permita el acceso a un mundo intermedio, más allá de las tinieblas del mundo profano, encauzándonos así definitivamente hacia el ascenso espiritual. Lo que sucede es que, dicho esoterismo no puede limitarse a un mero conocimiento teórico. Gracias a la fe, que nos permite contemplar a Dios siempre transcendiendo y a la par imantándose desde “nuestra” perspectiva, podemos “ofrecernos” a una altruista diversidad eurítmica basada en una combinación armónica de proporciones (líneas, colores o sonidos) aplicada en el campo de la metafísica ( y sin perder de vista la perspectiva de emanación y reintegración de nuestra divina condición); a la larga, ello dará como resultado al “Hombre celestial” (ya como punto de partida o resultado de dicha perspectiva), pero teniendo en cuenta que, a banda de un conocimiento clave, obligatoriamente se precisa una transformación dinámica de la persona, lo cual tiende hacia la iniciación otorgada necesariamente por un maestro que indique al discípulo cómo adquirir progresivamente dicha perspectiva. Y es que un tema aparte sería el del maestro y sus condicionamientos. 

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