miércoles, 31 de julio de 2013

Génesis 28, 10-17: “Y salió Jacob de Beerseba, y fue para Harán. Y llegó a cierto lugar y pasó la noche allí, porque el sol se había puesto; tomó una de las piedras del lugar, la puso de cabecera y se acostó en aquel lugar. Y tuvo un sueño,... y he aquí, había una escalera apoyada en la tierra cuyo extremo superior alcanzaba hasta el cielo; y he aquí, los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Y he aquí, el Señor estaba sobre ella, y dijo: Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra en la que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia También tu descendencia será como el polvo de la tierra, y te extenderás hacia el occidente y hacia el oriente, hacia el norte y hacia el sur; y en ti y en tu simiente serán bendecidas todas las familias de la tierra. He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que vayas y te haré volver a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he prometido Despertó Jacob de su sueño y dijo: Ciertamente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía Y tuvo miedo y dijo: ¡Cuán imponente es este lugar! Esto no es más que la casa de Dios, y esta es la puerta del cielo”.

El “sueño” de Jacob no es el relato de un viaje cualquiera, sino el de una Realidad que nos permitiría trascender lo perecedero, cual símbolo de lo imperecedero. Símbolo que nos indica que, mediante una serie de pruebas y sufrimientos, de agradables y siniestras sensaciones, ocultándose y mostrándose progresivamente, surge una Realidad más allá de nuestras apariencias cotidianas. Y todo ello ocurriría en medio de un recorrido “vertical”, descendente primero y a posteriori ascendente. Y este tránsito es el Mundo intermedio, donde el hombre pasa a ser espejo ocasional entre la tierra y el Cielo y cuya misión no es otra que la de reconciliar el cuerpo y el Espíritu (los opuestos). Pero recordemos que, para que los dos “mares” se encuentren, lo palpable y lo oculto puedan encontrarse, se precisa de la pureza de corazón en el adepto, tras numerosas pruebas de purificación.
En última instancia, la recompensa por volver nuestra Mirada hacia la divinidad, sería ser transformados por tal experiencia que derribaría toda expectativa profana.

Génesis 1, 6-8: “Y dijo Dios: ‘-Que exista una bóveda entre las aguas, que separe aguas de aguas-. E hizo Dios la bóveda para separar las aguas de debajo de la bóveda de las aguas de encima de la bóveda. Y así fue. Y llamó Dios a la bóveda cielo”.

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