sábado, 5 de julio de 2014


La reencarnación, según diferentes doctrinas, devendría un inciso terrenal del alma inmortal en pos de su purificación, en tanto que aquella, como tal, no se encontrara liberada del deseo; deseo que, por ejemplo, desde la perspectiva hindú crearía un karma.  

Por un lado, tenemos la creencia cristiana de un tiempo lineal que acaba en un Juicio del que saldrán unos “salvados” y otros “condenados”; los primeros retomarían –desde la época del Paraíso- un Cuerpo de Gloria o de Resurrección, mientras que los segundos se hallarían reprobados eternamente en el inframundo. En cambio, las doctrinas hinduista y budista inciden mayormente en el tiempo cíclico, considerando la posibilidad de que el alma del fallecido pueda reencarnarse en un nuevo cuerpo; y así sucesivamente, una y otra vez, hasta alcanzar la extinción kármica y la Liberación.

Esto sería lo que entendemos por reencarnación, pero en realidad no es así; la experiencia de la rueda, como símbolo de la sempiterna singladura del alma humana, ha de ser desechada y tenida, en cambio, en cuenta la cíclica -en espiral-; incluso, lo emplazado como “reencarnación”, pasa a ser realmente una transmigración del Alma espiritual, en todo caso. Es decir, el ente humano pasa a un estado no-humano; o lo que sería lo mismo, a un estado superior del ser.

Escatológicamente hablando ésta es una de las maneras de transmigración.

Aunque algunos deberán purificarse en un “purgatorio” o bien invocando a “Amitabha”, y así pasando a un estado paradisíaco del “Limbo Loto” (Paraíso del Amidismo). Entonces, los que han obtenido la Liberación pueden ayudar a los demás, a su vez, a obtenerla; pues, estando en el centro –es decir, en el Nirvana- consideran que Samsara -o la Rueda de la Vida- no deja de ser Nirvana.

En apoyo de la teoría de la reencarnación, tal como fue predicada otrora por teósofos u ocultistas, se puede decir que en sesiones espiritistas se llegaron a materializar ectoplasmáticamente residuos psíquicos que, en ningún caso, constituyeron la personalidad total del difunto; restos psíquicos invocados por los asistentes a las sesiones de tal índole.

Es digno de mencionar igualmente que la idea de reencarnación  consiste en los múltiples “yoes” que cada ego posee, y que son renovados a cada instante por medio del karma, durante toda nuestra vida. La Liberación se encuentra en cada instante presente, pero no somos capaces de detener el incesante flujo samsárico que hace “girar la rueda” existencial.

Una imagen ilustrativa de la reencarnación sería el encendido simbólico de una vela. El ego es representado en la figura de la vela, mientras que la llama deviene el karma; justo antes de agotarse la primera vela, se enciende una segunda con la primera mortecina que, a punto de extinguirse, permite que sucesivamente vayan encendiéndose otras, y así hasta llegar a una última en la que ya no prendería el fuego, pues se habría extinguido el karma (y, con ello, las trasmigraciones).

“Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista” (Mateo 17, 10-13).

La verdadera perspectiva que debe conferir dicho versículo, aunque parezca sustentar la teoría de la reencarnación, no lo es a causa del objeto de la misma más allá de la representación humana o egótica del término, pues es el Espíritu divino e iniciático aquel que conforma dicha perspectiva (por ejemplo, así ocurre en el caso del Tülku del Budismo tibetano, en el que se reencarna el Espíritu y no el ego, con objeto de auspiciar la iluminación en aquellos que siguen sus pasos).

Una idea distinta es la de metempsicosis, que consiste en la creencia de la posibilidad de reencarnación de un ego en un estado infrahumano, o sea, animal, vegetal o mineral; en  este caso, restos psíquicos de un difunto pasarían a formar parte del mismo, teniendo en cuenta que la personalidad de que el ego humano es un conglomerado, acaba por disgregarse.

“Nunca en la India, ni siquiera en el contexto budista, se enseñó una doctrina de la reencarnación que afirmase que el mismo ser humano haya vivido alguna vez en la tierra y haya muerto renacerá de otra madre terrena. Y lo mismo puede decirse de la tradición neoplatónica o de cualquier tradición ortodoxa. Se afirma en los Brâhmana, de forma tan categórica como en el Antiguo Testamento, que quienes una vez se fueron de este mundo se han ido para siempre y no serán vistos de nuevo entre los vivos” (Ananda K.Coomaraswamy).

En realidad, la idea del Boddhisattva que renuncia al Nirvana para ayudar a los demás, tiene su lógica en que “si todo es uno”, hasta que no se haya liberado el último ser “samsárico”, seguirá optando por dicha manifestación.

“No vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2,20), porque en la Pasión y Resurrección de Jesucristo, la muerte ha sido vencida finalmente, liberándonos de ella y, por ende, del concepto de la reencarnación.  

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