La
reencarnación, según diferentes doctrinas, devendría un inciso terrenal del
alma inmortal en pos de su purificación, en tanto que aquella, como tal, no se encontrara
liberada del deseo; deseo que, por ejemplo, desde la perspectiva hindú crearía un
karma.
Por un
lado, tenemos la creencia cristiana de un tiempo lineal que acaba en un Juicio
del que saldrán unos “salvados” y otros “condenados”; los primeros retomarían –desde
la época del Paraíso- un Cuerpo de Gloria o de Resurrección, mientras que los
segundos se hallarían reprobados eternamente en el inframundo. En cambio, las
doctrinas hinduista y budista inciden mayormente en el tiempo cíclico,
considerando la posibilidad de que el alma del fallecido pueda reencarnarse en
un nuevo cuerpo; y así sucesivamente, una y otra vez, hasta alcanzar la
extinción kármica y la Liberación.
Esto sería
lo que entendemos por reencarnación, pero en realidad no es así; la experiencia
de la rueda, como símbolo de la sempiterna singladura del alma humana, ha de
ser desechada y tenida, en cambio, en cuenta la cíclica -en espiral-; incluso,
lo emplazado como “reencarnación”, pasa a ser realmente una transmigración del
Alma espiritual, en todo caso. Es decir, el ente humano pasa a un estado
no-humano; o lo que sería lo mismo, a un estado superior del ser.
Escatológicamente
hablando ésta es una de las maneras de transmigración.
Aunque algunos
deberán purificarse en un “purgatorio” o bien invocando a “Amitabha”, y así
pasando a un estado paradisíaco del “Limbo Loto” (Paraíso del Amidismo). Entonces,
los que han obtenido la Liberación pueden ayudar a los demás, a su vez, a
obtenerla; pues, estando en el centro –es decir, en el Nirvana- consideran que
Samsara -o la Rueda de la Vida- no deja de ser Nirvana.
En apoyo
de la teoría de la reencarnación, tal como fue predicada otrora por teósofos u
ocultistas, se puede decir que en sesiones espiritistas se llegaron a materializar
ectoplasmáticamente residuos psíquicos que, en ningún caso, constituyeron la personalidad
total del difunto; restos psíquicos invocados por los asistentes a las sesiones
de tal índole.
Es digno
de mencionar igualmente que la idea de reencarnación consiste en los múltiples “yoes” que cada ego
posee, y que son renovados a cada instante por medio del karma, durante toda
nuestra vida. La Liberación se encuentra en cada instante presente, pero no
somos capaces de detener el incesante flujo samsárico que hace “girar la rueda”
existencial.
Una
imagen ilustrativa de la reencarnación sería el encendido simbólico de una vela.
El ego es representado en la figura de la vela, mientras que la llama deviene
el karma; justo antes de agotarse la primera vela, se enciende una segunda con
la primera mortecina que, a punto de extinguirse, permite que sucesivamente
vayan encendiéndose otras, y así hasta llegar a una última en la que ya no
prendería el fuego, pues se habría extinguido el karma (y, con ello, las trasmigraciones).
“Entonces
sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que
es necesario que Elías venga primero? Respondiendo Jesús, les dijo: A la
verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que
Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que
quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. Entonces los
discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista” (Mateo 17,
10-13).
La verdadera
perspectiva que debe conferir dicho versículo, aunque parezca sustentar la
teoría de la reencarnación, no lo es a causa del objeto de la misma más allá de
la representación humana o egótica del término, pues es el Espíritu divino e
iniciático aquel que conforma dicha perspectiva (por ejemplo, así ocurre en el
caso del Tülku del Budismo tibetano, en el que se reencarna el Espíritu y no el
ego, con objeto de auspiciar la iluminación en aquellos que siguen sus pasos).
Una idea
distinta es la de metempsicosis, que consiste en la creencia de la posibilidad
de reencarnación de un ego en un estado infrahumano, o sea, animal, vegetal o
mineral; en este caso, restos psíquicos
de un difunto pasarían a formar parte del mismo, teniendo en cuenta que la
personalidad de que el ego humano es un conglomerado, acaba por disgregarse.
“Nunca
en la India, ni siquiera en el contexto budista, se enseñó una doctrina de la
reencarnación que afirmase que el mismo ser humano haya vivido alguna vez en la
tierra y haya muerto renacerá de otra madre terrena. Y lo mismo puede decirse
de la tradición neoplatónica o de cualquier tradición ortodoxa. Se afirma en
los Brâhmana, de forma tan categórica como en el Antiguo Testamento, que
quienes una vez se fueron de este mundo se han ido para siempre y no serán vistos
de nuevo entre los vivos” (Ananda K.Coomaraswamy).
En
realidad, la idea del Boddhisattva que renuncia al Nirvana para ayudar a los
demás, tiene su lógica en que “si todo es uno”, hasta que no se haya liberado
el último ser “samsárico”, seguirá optando por dicha manifestación.
“No vivo
yo, es Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2,20), porque en la Pasión y
Resurrección de Jesucristo, la muerte ha sido vencida finalmente, liberándonos
de ella y, por ende, del concepto de la reencarnación.
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