viernes, 4 de julio de 2014


Los favores de Dios se establecen en aquellas personas de gusto verdaderamente espiritual (“Pedid y se os darán, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirán”, Mateo 7,7). Y el auténtico estado espiritual demanda abandono y serenidad. Se dice que la concesión a una verdadera súplica, se halla predestinada. Hay dones recibidos sin pedirlos o simplemente por nuestra predisposición íntima del ser. ¿Y qué mejor manera de alabar a Dios que alcanzando el inocente y casto estado espiritual (“Dejad a los niños y no les impidáis acercarse a mí”, Mateo 19, 14). Y para ello, debemos despojarnos del ego que rige nuestra existencia individual; sólo entonces alcanzaremos el Conocimiento eterno, a causa de la intuición propia del realizador del Ser e indudable conocedor de Dios.

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