viernes, 21 de febrero de 2014

 
Cuando mentamos el hebreo Kohélet -“congregador”-, estamos citando el Libro del Eclesiestés (también conocido como “Libro del Predicador”), que se encuentra entre el Cantar de los Cantares y los Proverbios. Salomón se llama a sí mismo ‘el congregador’ en el primer capítulo del libro, por lo que se le supone su autoría –de hecho, también se le ha atribuido el libro de los Proverbios -; indistintamente de ello, el autor debió ser una persona con gran conocimiento de la sabiduría popular tradicional judía. En primer lugar señala la opción preferible de la vida comunitaria a la individual; y, en segundo lugar, cómo efectuarse el culto religioso. Posteriormente, indica cómo conducirse en esta vida, basándose en el trabajo, la sabiduría y la virtud, todo ello encauzado cual ofrenda divina (pues, en última instancia, remite a Dios como fuente última del sentido existencial). En un mundo de “vanidad de vanidades, porque todo es vanidad”, no debemos establecer diferencias entre el bien y el mal, pues nada es bueno, seguro o eternamente satisfactorio; no obstante, indica que los frutos doctrinales de las Santas Escrituras –Tanaj-, así como el desprendimiento de los bienes terrenales, pueden aportarnos una serenidad de espíritu ante los embates cotidianos. 

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