viernes, 21 de febrero de 2014

 
Muerto atravesé un bosque. Una pequeña cabaña acogió mi tránsito mortal, en medio de la cual había una mesa de madera; y, sobre ella, un gran libro. Apenas lo abrí, leí que Adán perdió su paz espiritual, al abandonar el Edén. Paz que recuperó Abraham cuando, junto a trescientos dieciocho “capaces” que su alma consiguió reunir, venció a los enemigos que le asediaban, recibiendo la posterior visita de Melquisedec. Así obtuvo la bendición del Dios Altísimo. Y así caí en la cuenta de que aquel libro no era un libro cualquiera; y que la mesa, que le servía de soporte, estaba tan hermosamente ataviada como el resto de la estancia cuando, en el momento de recordar el valor preciso de la paz, un agudo ruido inundó la cabaña a la par que se iluminó con un fuego que me quemó sin consumirme, dejando atrás aquel sombrío paraje y devolviéndome a la vida.

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