Muerto atravesé un bosque. Una pequeña cabaña acogió mi tránsito mortal, en medio de la cual había una mesa de madera; y, sobre ella, un gran libro. Apenas lo abrí, leí que Adán perdió su paz espiritual, al abandonar el Edén. Paz que recuperó Abraham cuando, junto a trescientos dieciocho “capaces” que su alma consiguió reunir, venció a los enemigos que le asediaban, recibiendo la posterior visita de Melquisedec. Así obtuvo la bendición del Dios Altísimo. Y así caí en la cuenta de que aquel libro no era un libro cualquiera; y que la mesa, que le servía de soporte, estaba tan hermosamente ataviada como el resto de la estancia cuando, en el momento de recordar el valor preciso de la paz, un agudo ruido inundó la cabaña a la par que se iluminó con un fuego que me quemó sin consumirme, dejando atrás aquel sombrío paraje y devolviéndome a la vida.
Homero mencionó a la Siria primitiva (cual "tierra solar" donde se hablaría la lengua siríaca o adámica), situándola allende Ogigia (lo que nos permitiría asociarla con la Thulê hiperbórea), isla en la que pasó prisionero Odiseo/Ulises siete años de su vida, en manos de la ninfa Calipso. Plutarco escribiría también sobre la isla de Ogigia, indicando que allí el sol era visible veinticuatro horas, pues disfrutaba de días más largos...
viernes, 21 de febrero de 2014
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