jueves, 13 de febrero de 2014


Entronizando con el “Ars amatoria” de Ovidio y entre la élite caballeresca del Medievo, se tuvo en tal alto concepto el amor cortés de la época, y se llevó hasta tal extremo la idealización de la Dama evocada y su correspondiente Amor platónico -cual misterio que evocar ante las situaciones más desesperadas-, que daría lugar a la elevada poesía trovadoresca. Reconociendo cierto grado preliminar en pos de una condicionada “unión sutil”, y reconociendo ciertas reminiscencias de práctica tántrica, hubo por entonces una prueba, llamada “asag” -específica entre los caballeros medievales-, la cual consistía en pasar una noche en el lecho con una mujer desnuda sin llegar a poseerla carnalmente –y ello, no como ejemplarizante castidad, sino exasperando al deseo con el fin de no ceder al mismo-.
La experiencia iniciática de la sociedad secreta de los “Fieles de Amor”, de raíces pitagórico-platónicas, evocó igualmente al amor platónico en todo momento, como poder que mataba al ego y del que renacía –tras una profunda crisis-un principio superior latente. De aquí, el alto concepto en que se tenía a la “dulce Dama”, puesto que en su mano estaba la posibilidad de “engendrar” un ser nuevo (por así decirlo), cual elemento supranatural sivaico (desde la óptica hindú). A la cabeza, inmediatamente me vienen los ejemplos de “parecíame verla dormida, casi desnuda” de Dante a Beatríz o “Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que, además de ser fuerte, es muy duradera” de Don Quijote a Dulcinea…

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