Homero mencionó a la Siria primitiva (cual "tierra solar" donde se hablaría la lengua siríaca o adámica), situándola allende Ogigia (lo que nos permitiría asociarla con la Thulê hiperbórea), isla en la que pasó prisionero Odiseo/Ulises siete años de su vida, en manos de la ninfa Calipso. Plutarco escribiría también sobre la isla de Ogigia, indicando que allí el sol era visible veinticuatro horas, pues disfrutaba de días más largos...
lunes, 10 de febrero de 2014
Para 'captar' el esoterismo, se precisa un poder que se adquiere mediante el esfuerzo contra nuestros propios obstáculos, sobre nuestra naturaleza animal humana. Existe una Tradición primordial que va asumiéndose mediante paulatinas etapas de Iluminación, todo ello gracias a nuestra propia luz interior (ya que nadie puede hacerlo por nosotros). Si contempláramos el "pecado original" cual separación de la Unidad, podríamos percatarnos de que nuestra inteligencia cerebral -por así decirlo- precisa de una continua oposición, cual principio de "cruzamiento", en que la parte izquierda del cerebro rigiera la diestra de nuestro cuerpo -y viceversa-; por lo que dicha inteligencia no puede concebir una abstracción sin definirla concreta y racionalmente. Nuestros sentidos nos advierten básicamente del mundo que nos envuelve; más hay un sentido que se nos muestra inadvertido: el espiritual; hay otra inteligencia que difícilmente es distinguida: la del Corazón. Y es con ésta puede concebirse una abstracción (no limitada, repito, a palabras). La inteligencia del Corazón consiente que podamos ir más allá de los sentidos, auspiciando dirigirnos a una realidad de bastante mayor calado: el Hombre divino, “hibernado” en cada uno de nosotros. Y nuestra tarea consiste en dar “cuerpo”, Conciencia a dicho Hombre. Este mundo se nos antoja un caos, jeroglífico o laberinto. Se nos insta pues a evocar o despertar un principio de Armonía. Armonía que resuelva la sensación egocéntrica que domina este mundo. Y dicha Armonía obedece al imperativo divino, a “templar” esa inteligencia cerebral mediante la observación objetiva del mundo que nos rodea, independientemente de nuestra integridad física o psicológica (ego) y desde la omnipresente presencia divina.
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