viernes, 9 de mayo de 2014



Hubo otrora un afamado samurái, por su reputación en numerosas batallas y victoriosos encuentros desiguales, que habiendo llegado a la madurez optó por dedicarse a la enseñanza del manejo del sable y el bastón -de kendo-. Los estudiantes, valga decirlo, lo veneraban; más, en cierta ocasión, un engreído guerrero de cierto renombre a pesar de su juventud, le pidió -casi exigiéndole- su alumnado, a lo que el maestro prefirió negarle expeditamente su precioso tiempo. El orgullo herido hizo caer sobre el veterano samurái, tal retahíla de insultos por parte del osado descartado que, en aquel momento crucial, los alumnos de la escuela, a la espera de una contestación por parte de su maestro que ya tardaba en llegar, se mantuvieron perplejos primero y frustrados después. "Viejo idiota, no sirves para nada. Inútil, farsante". Ante la impasibilidad del samurái, el joven, tras escupir al suelo y golpear algún mueble, acabó desquiciado y marchándose sin obtener respuesta tras sus numerosas imprecaciones. Fue entonces entre los alumnos cuando hubo, a sabiendas de la contundente paliza que podría haberle propinado el maestro, quién se atrevió a indagar sobre la causa de semejante desidia. Y el maestro, sin dejar de reponer debidamente un par de objetos que habían caído sobre el tatami, respondió:
"Si alguien te hace un regalo y no lo recibes...¿a quién pertenece ese regalo?".

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