lunes, 26 de mayo de 2014


La captación de una doctrina tradicional – también llamada primordial o perenne-, como podemos vislumbrar en los mitos ritos y misterios de todas las épocas y culturas -y cuyo carácter debe entenderse como “no humano”-, deviene desde un centro firme hasta el mundo de cambios y mutaciones habidas y relacionadas entre sí que nos contempla; y, en el curso de ello, nuestras identidades –estructuras físicas y psicológicas con las que nos identificamos diariamente-, nacerán y morirán. Mas ese centro inmutable permanecerá ahora y siempre, pues se basa en un principio eterno, cuya pureza se manifiesta metafísicamente (más allá, incluso, de las religiones). Se me antoja que, por ejemplo, durante la Edad Media, Dante Alighieri pudo ser una de las últimas personalidades que viviera durante una época en la que, a pesar de hallarse ésta fuertemente embutida por la religión católica, aún pudo relacionarse al orden tradicional mencionado, en base a libres asociaciones de tipo esotérico. Aún hubo incluso quien intentó mantener dicha base tradicional durante el Renacimiento, recuperando en parte el hermetismo platónico o la Cábala hebrea, en parte gracias al Islam, cual dualista intuición aún habida entre la religión y la metafísica; pero es ahora, con nuestra actual sociedad contemporánea -básicamente materialista-, cuando la humanidad se ha ido apartando progresivamente de los principios espirituales, cuya base metafísica –por así decirlo- se encuentra paulatinamente desnaturalizada, alterada y, finalmente, acabando por ser mayormente “contra-iniciática”. Siempre me ha apasionado la Edad Media y no sé por qué...

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