lunes, 13 de octubre de 2014


En toda época y lugar, en parte enlazando con el ámbito onírico, el hombre ha tenido experiencias más allá de toda lógica (que hoy han pasado a denominarse “estados alterados de la conciencia”), permitiéndosele entronizar con otra “realidad” más allá de nuestros sentidos. Y dicha experiencia, como su nombre indica, viene dada con un fin expreso que, generalmente, intentamos ignorar a causa de lo desagradable que ha podido llegar a ser, sin percatarnos que dicha realidad no asumida –a priori - por nuestros sentidos, debería ser comprendida no desde unas directrices básicamente racionales, sino vivenciales desde un orden más bien sutil (por así decirlo). 
Un apunte de mi amigo Joaquín en FB, me ha recordado una de estas experiencias a la que nunca he puesto nombre (aunque en diferentes culturas ha pasado a llamarse “nightmare”, “salto del muerto” o “Kanashibari”), pero que estaría relacionada con la de la aparición de una bruja, tipificada dicha aparición nocturna con tal paralelismo, personalmente desde temprana edad y con mayor intensidad durante la pubertad y adolescencia.
Dicha experiencia comenzaba con un intenso sonido agudo “in crescendo”, señal que así me indicaba el inicio de la misma (pudiendo aquí hacer mención a que “Al principio era el Verbo”, cual curiosa analogía con la que sopesar que dicho sonido recreaba la existencia –del latín “ex sistere”- o auspiciaba, desde el vacío, la posterior visión). Era también la señal para que yo abriera los ojos y, a continuación, se estableciera inmediatamente la relación de mi cuerpo inmovilizado con una sombra, cerniéndose “in so facto” el semblante de una anciana desfigurada a palmo escaso de mi cara, sin yo poder hacer otra cosa que oír sus histriónicos alaridos y debatirme infructuosamente en un intento de combate físico (el cual se mantenía durante dos o tres minutos, dos o tres veces por noche y todas sin excepción). 
Posterior y curiosamente, con el paso a la juventud, y dejando de lado un imperante mundo interior al que, hasta entonces, había dado mayor preeminencia -y, quizás con ello, cierta inmanente perspectiva teúrgica con la que “provocar” dicha experiencia-, ésta aparición fue reduciéndose hasta “casi” desaparecer. Y es que, con el paso de los años, he llegado a la conclusión que esta experiencia pasa por ser un aspecto más en el ámbito sutil de superación de nuestra condición "viajera" en mundos intermedios, superando el simple espacio psico-somático. No deja pues de ser una lucha con la que poder auspiciar un crecimiento interior directamente relacionado con nuestra esencia - en su condición inmaculada-, "vigilada" de maneras más o menos grotescas, como recogen múltiples leyendas y tradiciones religiosas a lo largo de los tiempos. 
Dejando de lado mi experiencia al respecto, más allá de otras apariciones más beatíficas y bienaventuradas –y de similares características-, desearía manifestar mi creencia de que nada es intrínsecamente “malo” en el ámbito de lo sutil (como si desde un organigrama exclusivamente mental pudiera así entenderse). Lo que sí es cierto, es que ciertas “experiencias” pueden causar una afectación mental inadecuada, a causa de la predisposición de nuestra actitud al respecto, así como una escasa preparación, tratándose de una manifestación, como he dicho, perteneciente al ámbito sutil, gracias a la cual poder superar la condición caída de nuestra alma.

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