sábado, 11 de octubre de 2014


Entre perros y gatos, he llegado a la conclusión de que los animales son, cuando menos, más conscientes de “presencias invisibles" que los humanos e, intrínsecamente, de las catástrofes naturales (de lo que nadie puede dudar). Más allá de los mecanismos perceptivos pertinentes, con un límite manifiesto, la presencia de unas fuerzas –por así decirlo- más sutiles, difícilmente pueden hacerse compatible con nuestros sentidos. Estos últimos días me vienen a la mente imágenes de un ex rey de España o un ex presidente de CajaMadrid -donde posan con sus trofeos de elefantes e hipopótamos, correspondientemente- o, por ejemplo, la Justa de Tordesillas. En el orden natural del mundo, el cual hemos perdido de vista referencialmente, existe una conciencia del aspecto divino que lo engloba. Dios está presente en todas las cosas y, aunque la sociedad humana ha ido perdiendo paulatina y progresivamente dicha percepción de las cosas (todo y que, actualmente, en unas sociedades esto sea más patente que en otras –por ejemplo, la oriental lo ha hecho en menor medida), pienso que los animales son directa o indirectamente conscientes de dichas “presencias”. Cuando observo los documentales sobre la fauna animal –que tanto me apasionan- siempre he observado que nunca matan por placer, evitando trastocar el orden de la naturaleza misma e incluso evitando prolongar el dolor de la víctima, como si tales “sacrificios” formaran parte intrínseca de un perpetuo ritual. Y el respeto por dicho orden comporta una vinculación con las fuerzas sagradas que lo componen, motrices del orden cósmico; vinculación que nunca alcanzará a sospechar, ni remotamente, un espíritu lógico de su existencia.

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