lunes, 6 de octubre de 2014


“No dejo de estar, a propósito de mí mismo, inmerso en la locura y la admiración. En mí está toda la espera y la esperanza de los hombres. Para quien lo quiera en el Corán. Para quien lo quiera en el Libro discriminador. Para quien lo quiera en la Torah. Para otro en el Evangelio. Para quien lo quiera en la mezquita en la que ora a su Señor. Para quien lo quiera en la sinagoga. Para quien lo quiera en la campana y en el crucifijo. Para quien lo quiera en la Kaaba cuya piedra besa piadosamente. Para quien lo quiera en las imágenes. Para quien lo quiera en los ídolos. Para quien lo quiera en la vida retirada y en solitario. Para quien lo quiera en el merendero en el que se bromea con las queridas…¡Ay! si me viniese a buscar aquel que quiere conocer el camino; y si los cristianos y los musulmanes me escuchasen, haría cesar su antagonismo y se convertirían en hermanos tanto en el exterior como en el interior” (Abdelkader).

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