miércoles, 1 de octubre de 2014


La orientación espacial humana siempre ha tenido un claro referente: la estrella polar. Desde esta perspectiva, quedó posteriormente encuadrada nuestra directriz existencial hacia los cuatro puntos cardinales; de aquí, la importancia que reviste el "norte" celeste como guía, tanto física como espiritualmente. La palabra cenit es arábiga (ندير , “camino recto”) cual punto en donde la vertical se eleva sobre nosotros hasta más allá de la propia esfera celeste; y su contrario, el nadir (السمت, “opuesto” en árabe) sería el punto que, partiendo a nuestros pies y atravesando el centro de la tierra, se le alejaría así indefinidamente. Simbólicamente, el paso por el cenit, más allá de la bóveda celeste, marcaría nuestro paso de esta vida a la eternidad; de lo finito a lo infinito. Y es que, desde el principio de los tiempos, el hombre se ha guiado por una dimensión arquetípica transcendental, ante la cual el espacio ha pasado a forma parte de una sacralización del medio que le rodeaba.

Sacralización que, dicho de paso y desde la época de las catedrales, ha ido decayendo aceleradamente. Quizás por eso, entre otras razones, nos hallamos inmersos en la Edad de hierro –o cuarta Edad-, característicamente marcada por la indiferencia ante tal orientación "vertical”.

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