La orientación espacial humana siempre ha tenido un claro
referente: la estrella polar. Desde esta perspectiva, quedó posteriormente
encuadrada nuestra directriz existencial hacia los cuatro puntos cardinales; de
aquí, la importancia que reviste el "norte" celeste como guía, tanto
física como espiritualmente. La palabra cenit es arábiga (ندير , “camino recto”) cual
punto en donde la vertical se eleva sobre nosotros hasta más allá de la propia
esfera celeste; y su contrario, el nadir (السمت,
“opuesto” en árabe) sería el punto que, partiendo a nuestros pies y atravesando
el centro de la tierra, se le alejaría así indefinidamente. Simbólicamente, el
paso por el cenit, más allá de la bóveda celeste, marcaría nuestro paso de esta
vida a la eternidad; de lo finito a lo infinito. Y es que, desde el principio
de los tiempos, el hombre se ha guiado por una dimensión arquetípica transcendental,
ante la cual el espacio ha pasado a forma parte de una sacralización del medio
que le rodeaba.
Sacralización que, dicho de paso y desde la época de las
catedrales, ha ido decayendo aceleradamente. Quizás por eso, entre otras
razones, nos hallamos inmersos en la Edad de hierro –o cuarta Edad-, característicamente
marcada por la indiferencia ante tal orientación "vertical”.
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